domingo, 4 de abril de 2010

albuminurofóbico, ¿y qué?



La confusión por pretensión fomenta la ignorancia.
Es una fuente de la que dimana la idiosincrasia. El estupor, la mezquindad. El daño gratuito por que sí. 

Miedo a nada. Vivir con el tacto bastante sensible. Cualidad imprescindible para alcanzar metas con un toque inigualable.

Desearía vivir mi vida otras 2 veces más al menos.
Soy un truhán. Lo reconozco. Pero ¿truhán de qué?. Truhán de índole, capacitado para divertirse y divertir. He vivido sabiendo vivir. Me queda esa sensación después de noches como esta en las que, tras un largo día y una larga noche, regreso a casa y un impulso muy primario me trae hasta las teclas.

Me gusta saborear lo que vivo. Y después, una sonrisa. Siempre...

De todas las cosas que he vivido reconozco la mitad sin vivir, es decir, aquellas que no viví por elección o por descarte.

Siempre hay una elección. Si duermo contigo no puedo estar en otro lugar donde viviría otra cosa.

Si te hago el amor no puedo escuchar al cuarteto de cuerda del Retiro.

Aquella noche en Berlín no me permitió estar en Valparaíso. Y estar sacando un yogurt natural de la heladera a las 4 de la mañana no me permite estar en Lousiana, ni en Amsterdam ni tampoco en el Valle de L'Ampurdá.

Asi que viví lo que me tocó vivir, lo que elegí. 

t=e·v

Wonderful, por no decir espectacular. porque todo ha llevado su tiempo, su velocidad y su espacio...
Espacios... cada cual su decoración. Y cada una de esas decoraciones me recuerda a un lugar que conecta con el siguiente. Cada uno de ellos me deja una sensación. Me atrae la inquietud de sentir que algo de esos luagres donde me tocó vivir pequeños fragmentos de mi vida se quedan para siempre ahí, en el quicio primario del cortex visual, y con la sensación de que algo de mí se queda en esa decoración.

Es como si una fuerza extraña venida de no sé donde trepara por las paredes y por entre los cuadros, las macetas y las ventanas y anidara allí para siempre.

Si pasan los años y regresas al mismo lugar, tu rostro y la vida vivida que dejaste allí, te esperan como impasibles. Y aunque no huela igual, huele muy similar. El cerebro elabora los fluidos necesarios para rememorar aquel preciso olor a verduras con arroz y jengibre, que en mi idioma quiere decir felicidad.

Y el color de las cosas varía también. La temperatura del lugar, el mismo aire que ahora mueve la cortina de la ventana parece repetido y ondula igual la tela. 

Cuando regresas, siempre tienes la sensación de que todas esas cosas llevan mucho tiempo esperándote ahí, con un rumor sordo que penetra intensamente en las sensaciones que te produce mirar, tocar y habitar.

Aquel viaje a Londres y después por toda la costa sureste de Inglaterra me trajo manjares diversos. Hoy quedan aún algunos residuos deliciosos que me hacen gemir de esquina en esquina. Gemir de placer, por no decir of pleasure.

Y es que cuando uno se empeña, casi sin querer, en disfrutar cada millonésima de segundo de ése camino y no otro que ha decidido elegir, se encuentra con noches como esta, en las que se siente como flotando en el aire y buscando dedos en la mano para contar como un infante, las decenas de cosas maravillosas con las que se le vuelve la boca un tanto azucarada.

Pienso en el placer de encontrar espacios sensibles en cada una de las cosas que he hecho. 
No me importa que hagan un cambio horario en cada solsticio semestralmente, ni tampoco que un día el sol decida mostrarse enfermizo. Todos los días tienen una prolongación en el sueño. Aportan nutrientes, serotonina y felicidad.

La sensación que me ahoga esta noche es la de haber vivido una vida maravillosa. La de haber sabido elegir, sin dudar, dejándome llevar y convencido siempre de que, ese tiempo, es ahora la percha donde cuelgo la vida aún por vivir.

Mañana responderé a las preguntas que me hicisteis el viernes. 

Amor... malbendito amor...

Cuidense... y habiten lugares.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Maravilloso,extraordinario,excelente una vez más...

Besos

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