viernes, 30 de octubre de 2009

Mariposa en portugués es Borboleta








Recuerdo aquella noche de abril en aquel cuarto piso en Milton Park, al norte de Londres.


Eran alrededor de las nueve de la mañana y el teléfono me despertó con su metálico sonar. No había nadie en el salón, aunque si quedaban restos de la fiesta de la noche anterior en forma de vasos, un par de botellas vacías y algunos libros, mi guitarra y tres cds, todo esparcido por doquier, como cadáveres exhaustos de una legendaria batalla campal de versos y lecturas, de audiciones y comentarios diversos entre la chica de Queensgate Road, las diferentes deidades que llegaron y se fueron, y un servidor, que agotado, confuso y con un terrible dolor de cabeza, contestaba mecánicamente que no a todo casi sin inmutarse.


La chica de Queensgate Road era Milena, vamos que se llamaba así, Milena Linopova. La improvista chica bielorrusa de tez blanca y ojos muy de superficie marina. 


Dirigía un pequeño periódico en Pinsk, muy al sur de Bielorrusia, casi haciendo frontera con Ucrania.
Era inteligente y voraz, hablaba el inglés con una soltura extraordinaria, aunque a veces se solapaba en su discurso una pronunciación un tanto raquítica venida de su lengua nativa con un uso excesivo del paladar en las consonantes.


Su discurso era muy nasal, y todos quedábamos en silencio cuando su voz surgía de entre el murmullo enmascarado semiembriagado, porque ella disponía de una significativa emoción en los gestos con la boca. Su abuelo era un francés con muy malas pulgas, y su padre había trabajado en Polonia durante 4 años, en una fundición. No recuerdo en que ciudad pero sé que muy al norte. 


Ella adoraba el arte. Y aunque lo desconocía casi por completo, decía que veía en las formas y los colores un mar donde dejarse llevar. Decía que los colores opacos y oscuros en las obras, la engullían como una especie de torbellino raramente inspirado, y que los colores brillantes y felices le causaban tal estupor que podían llegar a contagiarle incluso berborrea precoz y sentimentalismo.
Tenía 26 años, yo 22, y fue a besarme el día que menos me lo esperaba. Estábamos viendo todos una exposición en la Tate Modern y yo me dirigía hacia la estación de metro de London Brigde. Ella me llamó, me di la vuelta, y cuando quise darme cuenta la tenía a 20 centímetros de mi rostro. 
No pude evitarlo, porque creo que me asusté tanto de verla tan cerca que no reaccioné.
Pero no le dí importancia. Ella me miró aquella noche como esperando una respuesta. Una respuesta que nunca le dí. Creo que a día de hoy ni tan siquiera encuentro una respuesta para darle...
Aquello fue un encuentro sin previo aviso, no hubo nada más, todo terminó mucho antes de que comenzara incluso. 




Muchos días nos reuníamos para cenar Edouard, que era una especie de Billy Elliot promiscuo muy venido de la Bretaña Francesa. Edwin, que hablaba de las pericias de su padre, un noble y rudo carpintero alemán cuya única valerosa hazaña era reunir a toda su familia en Navidad y regalar a todo el mundo un huevo de madera que nunca lograba quedarse en pié, borrando así toda historia concupiscente de Colón y aquel huevo demostratorio.


Después más a la derecha estaba Liss, la reconocida concubina de la sala, la amante de todas mis cosas, la que siempre me fotografiaba con su cámara obsesiva analógica. Llegó un momento que ya no sabía qué decir ni cómo ponerme, porque aparecía en su vida de manera regular, una foto aquí, otra allá. Decía que le encantaban mis rasgos, que era un poco judío, y que ella encontraba sensualidad.


Entre tanto, un día me enteré en una cafetería cercana a Trafalgar Square, de que Caroline, una chica francesa con la que compartí tareas de trabajo en una floristería, tenía una enorme depresión y no salía de casa ni hablaba con nadie.


Caroline era la chica francesa más bella que jamás había conocido. Aún no he vuelto a conocer a otra francesa como ella. Tenía un rostro menudo y brillante, era enérgica, se reía tanto que había tardes que la añoraba cuando no estaba con ella.
Era todo lo que cualquier persona hubiera querido ser en un crudo invierno en Londres. Pudimos habernos liado no sé cuantas veces... pero nunca pasó, porque Caroline, aunque era bellísima y simpática, no llegó a convertirse en un deseo para mí.


Siempre que la veía por el barrio, iba bebida. La acompañaban sus amigas. Pero como pasaba por la puerta de mi apartamento llamaba y me hacía bajar para que yo la acompañase el último kilómetro hasta su casa.
Lo mejor de todo es que llamaba, yo cogía el telefonillo y decía: Alo?


Y escuchaba un discurso en francés a las 2 de la mañana que, evidentemente no entendía. Me ponía el abrigo, me enfundaba los zapatos y me bajaba para acompañarla... 
Todas esas veces quiso besarme, tiraba de mi mano para que subiera a su apartamento, me abrazaba (escurriéndose por mi cuerpo), como si fuera una muñeca de trapo...


Cuando me enteré de que tenía depresión, me fuí a una floristería y compré una flor de Lis (a ella le encantaban).
Y me planté en su apartamento. Llamé y no contestaba nadie. Asi que me fui a una cabina telefónica y llamé. Me respondió. Le dije que me abriera la puerta, que le traía un fromage francés.


Se rió. Asi que colgué y me fui de nuevo. Cuando entré me di cuenta de que estaba todo gris. Todo colocado igual, muy limpio... excesivamente limpio. Limpio de todo. De recuerdos, de noches vividas alli, de historias contadas...ella se abrazó a mi y comenzó a llorar. Me dijo te quiero y muchas cosas así de banales. Yo me fui levantando persianas una a una, abriendo cortinas y ventanas, dejando paso a una luz que parecía no haber entrado alli desde hacia muchos meses.


Le cambió la cara, tomó color y accedió a ponerse un vestido para recibirme.
Después la engañé y le dije que estaban haciendo un chocolate exquisito en la acera del puente de Westminster. Asi que salimos. Paseó, hablamos de muchas cosas, de como hay que reirse, de cuando, y de por qué.


Ella me agradeció la visita mil veces aquella tarde.


Después, a lo lejos, no quise decirle que a los dos días me irá de alli porque regresaba a España.


No he vuelto a saber nada de ella... solo espero que nunca más llore como lloró aquel día que, no sé por qué, decidí inundar su casa de luz y sacarla de aquel sepulcro mental que no la dejaba ver más allá de la tarima flotante...


Solo espero que todos, incluida la mujer que nos vendió aquel caramelo delicioso en Picadilly e incluso la chica que me dió un folleto en la Galería de Arte, todos, incluido Bill el americano mas loco que he conocido jamás y que era mi vecino... espero que estéis donde estéis, os encontréis sonriendo  tal y como os conocí. 
Sed tan felices como os abarque el entendimiento...


Feliz noche...















De repente siento que se ha hecho un silencio en las cosas



miércoles, 28 de octubre de 2009

Dormir juntos si








Como decía aquella canción de John Paul Young, "love is in the air".
Y es irremediable a veces contener la prisa de la boca, la que te lleva a pecar como una enredadera, a decir cosas que no debes, a vendimiar un tal vez mientras decides si tu vida es lo que tu siempre quisiste que fuese.


Ver más allá del plural, contener tu mirada en un vaso, aligerar la marcha, vivir en modo catarsis, interpretar modos de concebir el mundo en pompa, adolecer cuando la hierba pase de sólido a líquido y bañarse al menos una vez al año en un océano que quede muy lejos de tu casa y completamente desnudo.


Hace tiempo que no duermo junto a alguien. Y dormir junto a alguien es como morir momentáneamente junto a alguien. Aunque no es del todo cierto que uno muera porque no se mueva ni vea.


Cuando se duerme junto a alguien se siente un alfabeto en modo multicolor. Los sentidos se quedan despiertos para sentir con acierto esa piel ajena y suave que reposa sobre la tuya propia, o ese pulso respiratorio continuo que mece la tranquilidad de sentirte cerca como conservada en pequeñitos frascos de sueño inhabitado...


Cuando uno despierta a media noche y siente a la otra persona cerca y tibia, tiende a acudir, como si fuese su península, y adorarla en ese estado nupcial de duermevela. 
Introducir la nariz entre su cabello y vivir un poco sintiendo la longitud que hay hasta el punto más lejano del universo sobre tu cabeza. Es más bien fértil buscar su mano entre las sábanas y contar sus dedos una y otra vez. Sentir un pequeño tic en su pie derecho y notar una lucidez en los espasmos. A veces que me aprietes la mano tan suavemente que me sienta como flotando indigesto sobre el techo de un vagón express con destino Susan Sarandon. Otras veces, el cuerpo se queda dormido y genera un hormigueo que termina por saciar las pocas horas lúcidas que tuviste antes de jugar a lo que el viento se llevó.


Imagínate que hay una escena en la que te digo: Envuélveme please. Y se cierra el telón...

















martes, 27 de octubre de 2009

imagínate: fall in love


Me encanta cuando sonríes, pero hazlo más íntimo, más bajo... porque podrías despertar al mundo...


Qué manera tan linda de comenzar...


Acabo de llegar y tengo 100 minutos exactos para contarte, a ti y al resto del mundo, que soy la pura sucesión de tu sombra y el epílogo de lo que un día quise ser y por no estar tu, no fui.
He elegido el mejor lugar que recordaba para hacerlo, este espacio con vistas a un mar que si, está a 800 kilómetros, en un lugar muy al norte de tu casa, pero pensando en ti todos esos lugares lejanos ahora están como una alfombra bajo mis pies y no distan, puedo ir de uno a otro sin parpadear ni una sola vez.

Y si tu supieras que esa rapidez en los viajes la causas tu... Voy montado en una nube express que no echa humo pero que me permite estar en todos sitios a la vez... como buscándote...

Llevo pensando toda la tarde en éste momento, tras la ducha, deshacerme del triste traje de viajero y sentarme aquí como un cosmos elaborado para inducirme al universo y que me lleve hasta ti. 

Predomina como siempre, en éstos últimos días, el silencio y una pequeña estera de pequeños gritos emitidos desde la boca de pequeños grillos escondidos en uno de esos lugares en los que yo habité una vez. Suena también la Vía Láctea como un trombón muy afinado que me recuerda a la espuma y muy al fondo creo que escucho tu sonrisa, que aunque lejana, puedo palparla y convertirla en mil y un deseos por verte...

En la vida, como en el mar, siempre hay un giro o un soplo de brisa  inesperada que impacta en las velas del barco y cambia su rumbo, generando así una nueva ruta que nos lleva a conquistar nuevos mares y nuevas penínsulas, y hay espesos bancos de niebla tras los que desearía encontrarte a ti, envuelta en una cortina blanca natural que a tu paso se evapora.

Porque tu cuerpo es al mar, lo que mi deseo es a tu península en forma de piel consagrada.

Eres un golpe de brisa. Una península nueva. Una corriente marina cuyo arrastre me beneficia. Húndeme. Sácame a la superficie. Tambaléame si quieres. Puedes incluso ahogarme si de esa falta de aire es causante tu boca...

Te me muestras casi perfecta. Tu rostro inspira soles muy intensos, irradias una paz que puede incluso untarse en tiernas rebanadas de pan como recién hecho, tu cuerpo lo imagino como un lienzo cuyo pincel sea mi boca, tus ojos parecen un área de descanso de una autopista al norte de Islandia, son amplios e inmensos, y por un momento siento que me gustaría sentirme siempre vigilado por ellos...

Esta tarde, mientras imaginaba formas y contextos, he pensado en rodearte con mis brazos más de cien veces. He sentido deseo expreso de tocar con la punta de mi dedo índice tu nuca mientras te canto una milonga paraguaya tan bajito que pudieras incluso dormirte. He imaginado tu sonrisa otras tantas veces y la temperatura que tendrá tu cuerpo cuando esté a sólo un milímetro del mio.

Me imagino a veces desnudo, brotando de tu pecho hediendo a arándanos mientras publico una nota de prensa en la que dimito como ser humano y me paso al bando de los seres irracionales que no saben limitar el amor por las cosas, y que no conocen otra cosa que no sea tu mano extendida.

Porque en tí no veo límites ni fronteras. Veo una inmensidad casi universal, y todo lo que brilla alrededor son espasmos de luz muy blanca que viene a decirme que, después de ti, quizá ya no haya nada...

Siento que me encantaría verte dormir, despertarme junto a tí cualquier mañana de un mes cualquiera y de un año cualquiera, mirarte detenidamente, calcular los hemisferios del mundo en el que habito, acariciar tus labios con la punta de mis dedos y salirme de repente de la cama sin hacer ruido alguno, dejando el edredón tal y como estaba, las arrugas y las costuras, y prepararte un desayuno cuyo huésped sea un zumo de arándanos recién exprimido, con un café que huela a eternidad y galletas con sonrisa de mantequilla. Y verte sonreír con costumbres de sol en tu sistema.

Qué genialidad sería decir que, por ejemplo y de forma matemática, tú eres a mi lo que Augusto era a Emérita, por darte una pista.

Desde luego las tardes, desde que estás tú, son como pequeñas vidas no vividas antes. El olor a forma no queja, mantiene erectas las últimsas funciones en aquel teatro desde el sol que viene dado de tu mismo rostro.

Los geles, las transaminasas, aquellas aves de rumor, los pacientes y los enamorados, las ceremonias y aquel imaginate "fall in love".

Los fondos y las tragedias, el sexo inspirado como de un caracol, aquello que hoy me hace más parte de ti, de tu pueblo, de mi propia ignorancia cuando te veo remover los pies cuando imagino universos levantados como polvo desde tus tacones.

Y esto a lo que tú llamas octasílabo para mí no es otra cosa que circular en torno a ti, como aquellas cosas menos distintas, inventarme una música o informarte mediante códigos inscritos de que, en cierto modo, te necesito tal y como eres.

Los gemidos, las faltas, las cosas tuyas más bellas, como tus cuerpos diferentes cada mañana y sus diferentes temperaturas.

Hoy, y todos los días quiero té, té no promiscuo, inhibido, inducido en "close", como en mariposas distingo diferentes dioses alados que tú me generas una y otra vez.


Empiezas a ser una parte importante de mi.

Quiero amarte sobre trenes que me lleven al pacífico. 



Y en ellos viajar y no contaminar... 



¿Y si te digo que, como aquel grano de arena, me encantaria formar parte de tu colosal arquitectura?


Contéstame antes de media noche, te esperaré despierto.









lunes, 19 de octubre de 2009

sentirse pequeño | sawing stars


A veces, y sólo a veces, cuando la noche cae y no se hace el plenilunio constante, se ven las cosas más simples y más complejas a la vez. Hay como un estallido de lo más diminuto y pequeño que acaba por transformase, de repente, en una grandiosidad latente hasta en los párpados y en las copas. 

El silencio lo engulle todo y se apodera hasta de la última estancia desde la que observo, absorto, todo aquello puestecito ahí arriba como para que alguien venga a contemplarlo sin cansarse.

A Margarita Rodeaux, aquella mujer cóncava francesa que conocí en el verano de dos mil seis le encantaba también detenerse a contemplar el universo al menos dos veces por semana, y a Adolfo el Casquero de Chamberí al menos tres, a Silvia Numberg y a Marcela Rodriguez, jóvenes amantes de lo que un día compartimos sin ánimo de lucro, todos los días, desde las cero cero exactas hasta bien entrada la noche.

Yo contemplaba lo que los demás contemplaban. Veía lo que los demás veían, pero sentía bien diferente. Conectaba una luz con otra, un destello con otro. Las formas se inflamaban adoptando una intensidad luminiscente y los cúmulos a veces me causaban incandescencia. Pensaba en cosas que nunca hubiera pensado de no haberme postrado allí como un lemur cansado de una vida de árbol en árbol. 

Las vidas vividas en cada lugar desde el que contemplé lo visto desde arriba no eran más que un ramillete de consonancia advertido por dos amantes que se besaban hasta en las repisas de los conventos. Tuve una dosis de planeta rojo en mi tupida boca, y digamos que eso es mucho teniendo en cuenta que no sé quien eres. Y sin embargo llenaría tus noches de orgasmos enredando mis dedos en los tuyos bajo la almohada, y que al fondo de la ventana, como un yogurt, se vean cáscaras volátiles con sabor a frutas del bosque.

Desliar la manta y encontrarte acurrucadita ahí, como una esperanza nueva, con tus ojos muy pequeñitos reflejando el amor que me debes. Adorarte con mis brazos y proporcionarte un calor muy tuyo, y que sientas como todo aquello de ahí arriba te pertenece casi al completo, como un todo que se porciona en partes tan simples que yo puedo dártelas con un zumo recién exprimido de naranja en un desayuno express que te llevo a la cama justo cuando el sol empieza a llamarte para que, con discordia, me mires y generes un imperio que me absorba como un agujero negro y me haga dócil con tus cosquillas.

Quisiera verte girando girando y mirándome mirar, porque es cierto que bailas, como quien respira.



lunes, 12 de octubre de 2009

Inoportuna

Inoportuna.





Ahora llueve fuera y nos nos damos cuenta del diluvio, pero está ahí, como puestecito en una taza muy universal.


Hay una especie de presión en el aire, como cósmica, y se mueven y arremolinan las ramas y las hojas de los árboles. Casi no respiro. Ver donde no había. Decrepitar sintiendo a su paso una cascada de algo multicolor. Y te escribo te quiero en el vaho del cristal de una ventana muy pequeñita, y por la T se puede ver la ciudad que tú has perdido.


Después la calma.


Espera a que venga un sorbo express de otra boca ajena y que embriague las horas más imposibles que quedan aún por llegar. 


La física de elegir un mal momento.


Y de fondo suena este tema en un gramófono del siglo diecinueve, y te hace llorar como si no fuera contigo.


Bendita circunstancia. Y un pájaro te lo dice al oído, muy bajito:


-Inoportuna-.

sábado, 3 de octubre de 2009

mandarina femme





La verdad es que grietas no faltan.


Mirar desde otro punto más alto, atisbar, vislumbrar,acontecer u observar. Y que a lo lejos todo se diversifique y se haga un verbo conjugado de manera diferente, más espontáneo y sumiso, trivial y momentáneo, sucedáneo de otra cosa en pretérito contada minutos después por un sibarita que dice leer el futuro de los árboles y los arbustos. Ver donde antes no había o donde quizá hubo y no quisimos ver. Concentrar todo en masa. Despedirme de ti en stand by.


Una única idea: tú y aquel sabor a mandarina de la tetera una tarde de octubre. Llevaba mucho tiempo esperándote, tanto que ya ni esperaba.


Imagínate una ventana y un par de labios desparramados por el sofá una tarde en la que todo hiede a luz muy directa vertida por todo el salón. Imagínate que de repente pongo mi mano dispersa sobre tu rostro recién conocido y salto de una frontera a otra mientras te miro sin parpadear. Imagínate tener una renta per cápita media, y que viajamos todos los veranos al Nord Pas de Calais y que nieva en agosto y tú te despiertas una mañana muy feliz y te disfrazas de espantapájaros universal y construyes un iglú donde después cenaremos salmón ahumado mientras te ríes como a mi me gusta.


Recuerdo aquel verano del "noventayocho" cuando aún no sabía ni tan siquiera que existías y me contabas que una brújula es un pedal circundante que avisa nuevos destinos mientras sostenías una brizna de hierba entre los dientes."Somos de otro tiempo" te dije con la lengua empapada de penínsulas. Y ese tiempo acaba de llegar como quien da una campanada.


Esto y aquello, lo uno o lo otro, uno o dos, la parte o el todo. Elegir lo que cupimos ser. Ya no sé dónde mirar, ni qué decir. Duermo construyendo arrugas en mi cama que sostengan ese calor que tú deberías darme. 


Soy la convocatoria que resucita tu espíritu, la boca ajena que viene a convertirte en postre para siempre, el calcetín que dejas olvidado en tu  diminuto zapatito. Vengo a condecorar tus manías, a simplificar las vistas, a adorar tu bendita sonrisa un mes si y un mes no. Vengo a configurar un estado donde vivas sin cónyuge, a beber Moët & Chandon de tu ombligo si es posible, como una gacela desprovista de actividad futura.


Tú eres quien debes ser. Y yo, sólo soy un excursionista que vaga por ahí con una barba blanca repitiendo una y otra vez:Las estrellas son para quien se las trabaja. 

viernes, 2 de octubre de 2009

La vida que nos queda



El ser humano es reincidente casi por naturaleza. Incide y reincide perspicazmente en los asuntos más dispares que acontecen en su vida más próxima y a veces también en su vida más lejana.


Hay una historia que nunca conté, bien porque intuía falta de luminiscencia en los contrastes, o bien porque simplemente llegó un momento en el que la vida más mia se me vino acumulando con tintes de privacidad poco sostenible y perdí un poco el rumbo locuaz de las formas de concebir el mundo que me rodeaba.


Los amores vividos son como un postre fraccionado en partes iguales, olvidado más bien sobre una mesa conteniendo un blanco mantel de gruesa urdimbre muy expuesto al sol.


Recuerdo que una vez mi amigo Marco se enamoró de una tal Cindy, una americana muy rubia procedente de Illinois y que tenía un acento un poco raro y tímbrico. Fuimos a Marruecos porque teníamos que fotografiar los barrios altos encalados en cal de pigmentos muy brillantes porque a Marco le fallaba ultimamente mucho el buen gusto y adolecía de una falta de sensibilidad evidente.


Íbamos cruzando el estrecho en Ferry. Creo que serían las 7 de la tarde de un mes de mayo muy tórrido. Yo escribía sentado en la popa y a lo lejos vi a Marco coger su cámara y apuntar a aquella enorme rubia muy desproporcionada que ahora estaba asomada al borde a estribor. 


Marco hablaba muy mal el inglés, decía que porque su lengua era torpe y no le acompañaba en la pronunciación. Entonces lo vi ponerse en pié y acercarse a la impávida Cindy. Le pidió que le dejase tomar una fotografía. Había una luz excelente, muy almibarada.Y el viento era continuo Se escuchaba muy de fondo el mar y aunque no había inmensidad suficiente, por un momento sentí que la tal Cindy, Marco y yo estábamos solos en aquel diminuto punto del planeta.


Cindy llevaba una bufanda de hilo muy fina y roja. Llevaba unos zapatitos cortos de ante a juego y una camiseta blanca muy a juego con su piel.


Luego Marco, de camino al hotel, se encargó de inventarse complementos de la tal Cindy, como que tenía el cabello más dorado que un campo de trigo castellanoleonés o que sus ojos eran como dos melocotones.
Luego la tal Cindy resultó ser nieta de un famoso controlador de la NASA que había cenado varias veces con una sobrina segunda y lejana de Kennedy, el presidente. Y que tenía una marca en la nariz producto de una caída en el Cañón del Colorado en una de sus excursiones-picnic con su abuelo cuando solo contaba 6 años. Y una mancha de nacimiento en el pie heredada de su abuela paterna que había sido bailarina en escuela de danza de Boston dirigida por un famosísimo bailarín clásico con el que tuvo un idilio del que nació su tío Eliot.


Marco adquirió una destreza muy olvidada en sus gestos. Empezó mirarla fijamente, se abstraía, pensaba en cosas vividas, se quedaba en blanco, absorto y perplejo mientras yo le hablaba de ir al mercado para tomar unas fotografías en movimiento.


A penas se atrevía a distinguir la mañana de la tarde, veía luz por todos sitios. 
Siempre deseaba llegar al hotel y bajar hasta la jaifa para tomar té inmiscuido y sentar a esperar hasta verla regresar de sus largas excursiones.


Cuando ella entraba bajo los arcos estucados todo ensordecía, y Marco resucitaba a base de espasmos. 


Se obsesionó tanto que no me dejó dormir ni una sola de las 3 noches que allí estuvimos. La ultima noche Cindy se acercó a la mesa y charlamos distendidamente durante unas 2 horas. Marco casi no hablaba, solo la observaba como si observara mirando por un agujero en una puerta. Ella parecía no notar nada, hablaba y hablaba sin parar. 


Al final me dijo que se iría esa misma noche a Argelia. Marco como no estaba en la conversación, no se enteró de nada.
Solo le dije: Vámonos Marco, tenemos que fotografiar desde el alto. El me dijo que esperara un poco más. 


Tiré de él y conseguí sacarlo de allí antes de que la teína consumida por tan larga espera le absorbiera el sueño por completo.


Al regresar, Cindy ya no estaba.


Y Marco parece que esa noche durmió y yo también al fin... 


Le dije que Cindy era lesbiana.


Él se lamentó y relató hasta que el sueño se apoderó de él.


Al día siguiente buscaba a Cindy por todos los rincones de su memoria mas inmediata. 

A mi me pasa algo parecido con la química y la risa.

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