Samanta win. Luis noqueado. Absolutely. ¿pero y que?.Hoy les traigo éste primer texto del año, dedicado a mi gran amigo Luis, que hace días me contó una historia de su vida reciente y me pareció digna (no por su contenido sino por su heroicismo) de contar. Tardarán mucho en leerlo. Requiere atención y lentidud. Para mí ha sido difícil redactarlo después de escuchar a Luis atentamente... desde el interior...
[…]
Era febrero de 2009. Casi fin de mes.
Aquel debería haber sido un día cualquiera, de un mes cualquiera, como la mayoría de todos los demás días de un año que si, se presuponía especial.
Pero unos amigos me invitaron a que me crease un perfil en una red social en la que ellos participaban con carácter retroactivo. Yo nunca estuve muy de acuerdo en el modus operandum de aquella red, pero aquel mismo día, y recién activado el perfil, coincidí en aquel lugar html a Samanta, una chica que parecía ser encantadora.
Comenzamos a hablar,creo que incluso aún conservo aquella primera conversación.
Desde entonces compartimos algún que otro gusto y risa cibernética durante varias semanas todos los días. Coincidíamos mucho. Había momentos incluso en los que podría decirse que nos buscábamos navegando por la red hasta encontrarnos. Era divertido. Y los cambios que se avecinaban en mi vida en los próximos meses prometían que ella formaría parte de ellos. Había un principio fundamental en todo aquello y era que todo resultaba agradable por momentos. Por eso el contacto siempre se mantuvo constante y atento. Hubo un flash muy directo a todas las zonas sensibles del cuerpo. Nada ni nadie podía evitar la sensación de euforia momentánea nacida única y exclusivamente del hecho de haber conocido a una persona al otro lado de la red, con la que compartía risas momentáneas, conversaciones sobre cualquier cosa interesante e incluso opiniones sobre proyectos en mi trabajo.
Hasta ahí todo bien. Y quédense con éste principio adulador y encantador porque será lo único que les será agradable de ésta historia que en cuestión de segundos va a tornarse larga, costosa y turbulenta. Tal vez incluso, les resulte desagradable.
Una mañana, pasadas unas semanas y en el mes de Marzo, salí de una fiesta que un grupo de músicos habíamos hecho en la zona centro de la ciudad, en un ático con vistas a lo que hoy siento.
Recibí una llamada perdida de Samanta justo a las 8 de la mañana. Entonces la llamé. Repentinamente tenía esa necesidad de escuchar la voz de la persona con la que había compartido todas y cada una de las 21 noches anteriores. Y creo que debió ser porque sentí la necesidad de compartir aquella felicidad flotante que me había dado el alcohol, la risa en torno a cientos de melodías y el haberme pasado la noche entera cantando y tocando un sinfín de instrumentos inventados sobre la marcha.
Aquella llamada no fue respondida con voz. Si con un mensaje de texto que decía: -Estoy con mis amigas de fiesta todavía, no puedo cogerte el teléfono-.
Yo continué caminando por la ancha avenida que atraviesa la ciudad hasta mi casa y al llegar simplemente recuerdo que me fumé un cigarro mientras hablaba con Cris, mi compañera de apartamento, en una terraza a dos manzanas del centro hacia el sur. Justo aquella noche ella organizaba una cena en nuestro apartamento y quería que yo estuviese para echarle una mano con el menú y algún que otro cocktail de bienvenida. Así que acto seguido le di un beso, me duché y me fui a la cama a leer un poco antes de dormir mientras el sol seguía estando vertido por las calles. Recuerdo que leía por aquel entonces un libro de Karl Kraus. Algo de síntomas.
A los dos días volví a sentir la necesidad de escuchar su voz. Así que volví a llamarla. Esta vez dijo: - Estoy en el dentista con mi padre. No puedo hablar-.
Estoy seguro de que a más de uno ya se le ha activado automáticamente el sentido común y ha sacado, cuanto menos, alguna que otra conclusión irrefutable. Para mi hoy día también es una prueba persistente y más que suficiente para saber que, en efecto, la tal Samanta se estaba riendo de mi por pura sucesión de mi inocente credibilidad ante las excusas que siempre sabía diseminar muy a tiempo.
Yo ya me había dado cuenta de que algo extraño sucedía. No es que aquella persona siempre estuviese ocupada, que bien podría ser. Más bien sucedía que ella nunca, y cuando digo nunca me refiero a nunca de jamás, llamó o contestó a aquellas llamadas ni a las que intermitentemente haría en los 2 años siguientes.
Así que dejé de llamarla. Ella se excusaba muy bien y eso permitía que siguiésemos comunicándonos vía chat día sí y día también.
Un día le propuse que nos conociésemos. Me dijo que sí. Que estaría bien.
A los 10 minutos me dijo que no. Que ya no era tan buena idea. Aquello aumentó las expectativas de extrañez. Pero volvió a excusarse muy bien diciendo que era muy tímida y que pensándolo bien era mejor esperar un poco y seguir manteniendo el contacto cibernético. Porque ella aseguraba sentir algo muy especial por mí, y realmente “sentía necesidad de besarme”. No lo costaba demasiado redactar cosas tales como: “Me gustas mucho Luis, mucho”, que repetía más de 18 veces al mes.
Seguimos manteniendo el contacto todos los días. Hasta un día a finales del mes de Junio, cuando de repente, desapareció. En su perfil había principios de flirteo con un chaval bastante poco resultón que unido a aquello de rechazar las llamadas y a la imposibilidad por su parte de vernos hizo que yo me apartase francamente dolido del asunto…
Estuvo desaparecida quizá 2 meses. Aparecía como un destello algunos días, en los que me decía que no podía verme porque le daba “vergüenza”. Pero que “yo era una persona muy muy especial para ella”. Que sentía algo muy especial por mí. Volvía a desaparecer. Aparecía a los 8 días y decía que ella no podía tener nada con nadie porque “pensaba mucho en mí”, y que “a ella tampoco le gustaría que yo tuviese algo con alguien” por el mismo hecho.
Volví a saber de ella una noche de Agosto que recuerdo muy estrellada, cuando coincidimos de nuevo por internet. Hacía dos días habíamos ido al mismo concierto en la misma ciudad. Dicho y hecho. Aquella noche, y sin saber muy bien por qué ni cómo, entró, me vio en línea, me habló y en 5 frases me dijo todo lo que yo ya había predicho con ayuda de una lucidez espantosa que vino a franquearme a finales de aquel verano que iba, casi sin quererlo, mermando y llegando a su fin:
-Olvídalo. Es mejor que no nos conozcamos. Yo no te he dicho que te quedases todo este tiempo. Venga adiós.- Dijo Samanta
Y me quedé exhausto. Sentía la injusticia golpeándome fuertemente entre las sienes, como dando tumbos de animal enfermo por el estómago, encogiéndome el pecho e incluso dejándome sin aliento y con cara de sorpresa mayor, de ése que ha sido tocado y hundido por desventaja dañina. Sentía todo y nada a la vez.
Aquello me hizo verdaderamente daño. Más que nada porque me parecía algo injustamente innecesario.
Cuando conseguí reponerme de aquel golpe bajo y a destiempo, decidí informarme por mi propia cuenta y por primera vez de quién era aquella persona en realidad. Qué era de su vida, si tenía pareja, si era divertida, conocida, extrovertida o era meramente una esquirla virtual de mi memoria. Necesitaba contrastar información, sentía la necesidad de conocer algo de aquella persona. No sé, era bastante difícil entender todo aquello que iba sucediendo.
Así que descolgué el teléfono y me puse a llamar a amigos del lugar. Les pregunté y no sabían nada, excepto uno de ellos que sí sabía, aunque no demasiado, sí suficiente para entender todo aquel agravio e infortunio precoz de Samanta. La noticia acabó por confirmar lo que ya se intuía. Ella tenía novio desde hacía algunos meses.
Así que continué y me di la oportunidad de desaparecer yo también. La sensación al retirarme fue la de hastío producido por alguien que juega contigo pero no sabes muy bien por qué ni para qué ni con qué fin. Siempre fue una duda que quise despejar, y que no conseguiría despejar hasta un año después.
A estas alturas de la historia debo reconocer que había algo en ella que aún sin conocerla me atraía. No era su físico, tampoco nada abstracto. Se trataba de algo más vinculante. Como una sensación de que, estando junto a ella la paz y el bienestar eran sustitutos del estrés y la desazón. Me inducía una sensación de interés, de diversión definitiva, de poder hacerla reír cada día y de recibir de su “locura aparente e inofensiva” el mayor de los distintivos para ser feliz sin tapujos. Inclinación al sentir a Samanta como una persona diferente, especial. Se trataba sin duda de una sensación más especial, más nueva, bastante distinta… y con distinta me refiero a diferente.
Pero de repente todo había cambiado… de una persona cercana y deseosa habíamos pasado a algo llanamente abstracto y contrariamente repentino. Es como si aquella noche hubiese aparecido sólo para decirme que desapareciese, y además con aquella actitud flatulenta y mezquina.
Y eso hice. Planeé un viaje que me ayudaría a desvincularme de ella parcialmente en un inicio, para después desvincularme totalmente. Me marché 5 días a un lugar sin cobertura, ni telefónica ni emocional y mucho menos sentimental.
En aquel lugar conocí a una chica que también visitaba el lugar y también andaba escasa de cualquier tipo de cobertura. Una noche tomamos algo, hablamos, miramos las estrellas durante al menos dos horas mientras silbábamos canciones de series de infancia y otras melodías al uso y nos fuimos a dormir sin tan siquiera rozarnos.
Ahora que lo pienso… fue maravilloso… Y aquella persona de la que no volví a saber nada, hoy ocupa gran parte de mi responsabilidad temporal, como otras tantas. Recordar momentos como aquel me hace sentir francamente un imbécil sin retorno. Estúpido y anodino. Porque aquello que decidí dejar a un lado hoy es el futuro agradable que contrasta con este presente amargo y doloroso que elegí por fraude y desventaja, empujado por el engaño y una traición venida de la nada, o quizá del ansia de diversión pasmoso de una Samanta venida a más, crecida por la situación de verse imperialmente absurda y diestra.
¿Doloroso por qué? La historia no ha terminado…
Cuando salí de aquel agujero topográficamente aislado del mundo occidental y civilizado, volví a recibir la sorpresa de que 22 días después había aparecido de nuevo en la pantalla de mi móvil con 7 llamadas perdidas en los últimos 5 días.
Sin duda había vuelto… pero… ¿para qué?.
Entonces al regresar a casa nos volvimos a encontrar como siempre al otro lado de la red. Y le dije que según mis fuentes, estaba con otra persona. Y me lo negó concienzudamente siempre. Según ella “la confundían con otra persona”. Desde que nos conocimos, siempre lo negó defendiendo su razón y su “inocencia” a capa y espada, como un escudo infranqueable. Qué mujer más templaria… debí pensar yo en aquel momento…
Pero lo importante para mí era que sabía que me había mentido y aún no sabía por qué motivo puede mentírsele a alguien y jugar con él sin conocerle. Desde luego es más fácil, eso si. Jugar y mentir a alguien que no conoces es sencillo para quien además le gusta mentir o ha construido a la persona que es a base de mentiras tergiversables.
Dicen que nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.
Sucedió que mantuvimos el contacto otros dos meses pero ya con menor persistencia. Porque yo había decidido crear un nuevo camino y estaba en el intento y sabía que ella tenía el suyo propio, pero aparecía en el mío para bifurcarlo y crear desvíos permanentes que nunca imaginé que todos ellos me llevaban a un precipicio. Pues así pasó que volvimos a perder el contacto porque yo me cansé de intentar que nos conociésemos en persona y de llamarla unas 6 ó 7 veces sin éxito de respuesta. Cualquiera lo diría… nueve meses después aún no había conseguido escuchar su voz.
Un día pasé por su ciudad de camino como punto medio de la ruta y llevaba una bandeja de pasteles exquisitos que unos amigos me habían regalado en Salamanca. Le dije que me gustaría compartir uno sólo con ella y ni me contestó. Después con el tiempo me he enterado que si vio aquel mensaje, pero que contestó cuando se aseguró de que ya me había alejado muchos kilómetros para contestarme diciéndome: -“¡Me hubiera encantado!. ¡Jo! Qué pena que no haya visto el teléfono…-
Así que el que decidió desaparecer fui yo esta vez. Después de una de sus negativas tan comunes me desvinculé por completo. Porque era fácil intuir que vendrían más y cada vez más absurdas.
Continué con mi vida como siempre. La recordaba bastante a menudo. Y bastantes encuentros con otras chicas terminaban en fracaso anunciado porque, o acababa hablando de ella o simplemente algo me impedía llegar a algo más que no fuese reír, hablar y si quieres te acompaño hasta aquella farola de allá.
Si que tuve aventuras. Pero rechacé continuar algunas de ellas por esta chica Knock out de la que relata la historia que cuento.
En el ir y venir de desplazamientos hacia la desconexión y la conexión momentánea llegamos a navidad. En esa fecha el contacto entre ambos era nulo. Hace un mes conseguí enterarme de que por esas fechas ella estaba en su mejor momento sentimental con un futbolista de 3ª regional de un pueblo cercano al suyo. Y pude saber cómo lo conoció y en qué se convirtió con el paso del tiempo.
Por entonces yo le deseé un año próximo plenamente feliz. Un año que ya no existe y en el que casualmente y sin ni tan siquiera intuirlo, ella conseguiría destruirme casi por completo, pisoteando incluso lo pocos escollos vivos. Nunca lo hubiera imaginado. Pero era Navidad, y aquel espíritu taciturno me hizo sentir con creces que no había nada más bello que desear así sin más. De algún modo quise ser, estar y crear algún que otro momento importante. Como un punto de encuentro común en el que hacer notar mi presencia y su importancia para mí, independientemente de que tuviese otra vida distinta a la que ella me había contado, con otra persona y otros propósitos que desde luego no eran yo ni en parte. Quise crear espacios, como pequeñas burbujas de un aire comprimido en las que uno puede subirse y flotar sin compromiso alguno. Y si no, le devolvemos su dinero.
Con el paso del tiempo se había convertido en una persona que sin saber cómo ni desde qué momento, empezó a otorgarme plenitud. Las cosas que ahora contemplaba me emocionaban el doble y cuando sonreía lo hacía con el doble de intensidad y destreza. Tenía contenido en sí un deseo inexplicable de abrazarla y mirarla. Tal vez también de mimarla. Día a día se había mostrado con oportunismo como una de esas personas especiales que encajan a la perfección en la idea que uno mismo tiene de lo que algún día quiere ser cuando un cuerpo ajeno entra en armonía con el propio.
Como si en ello me fuese la vida. A pesar de no haberla visto nunca, de no haberla sentido cerca ni de haber oído su voz ni haber sentido el tacto de sus manos, ni las muecas de sus labios o su cara… mi cuerpo seguía teniendo algo de cuerpo y todo lo que ahora era había sido dispuesto de algún modo errático alrededor de una imagen experimental que sin saber por qué me hizo embaucarme en un camino que era incierto si, pero nunca hubiera imaginado tal falta de certeza ni de sensibilidad premonitoria en el qué, el cómo, ni mucho menos en el por qué de aquella Samanta cautiva.
Nunca, ni tan siquiera ustedes que leen ahora mismo, podrían haberse imaginado que la historia terminaría con una Samanta triunfante a base de exterminar a un Luis hermeneuta, que hizo y deshizo tanto por ella, y siempre desde el cariño y el respeto, la humildad y el buen hacer. Desde el sentimiento profundo de desear el bienestar que yo mismo transmitía por pura sucesión de lo que uno guarda para compartir, y con carácter de unicidad. Sólo con Samanta. Supongo que firme ante la idea de una sensación que comenzó un día y nunca se apagó a pesar de los temporales soplados desde su boca diurética y malsonante.
Lo mejor de todo es que hoy sé que nunca debí esperarme otro final, ni otro modo ni otra espera de una persona así. En realidad nunca supe con quién trataba. Y me comí el fraude cibernético. Como el que es engañado a cal y canto por una red de piratas internautas que vienen a purgar tu yo más material hasta dejarlo en números rojos. Ojalá me hubiese purgado a mí mi cuenta bancaria… y sólo mi cuenta bancaria. Creo que me sentiría mucho mejor en un día como hoy. Pero en cierto modo tengo lo que me busqué. Y yo mismo lo afronto y lo segrego, como ahora, que me encuentro disgregando. Divide y vencerás, y en el disgregar está mi intento de vencer. Hasta que sienta que forma tan parte de la realidad que termine por desprenderse de mi al fin y me otorgue de nuevo la misma capacidad de ver, sentir y respirar que tenía antes de conocerla.
Hoy si sé por qué todo se convirtió en un espejismo favorable. Es uno de los conocimientos que más agradezco de todos los que he adquirido en mi tal vez corta vida. Y en gran parte hoy escribo éste texto como modo en off más de agradecimiento a aquella chica de apellido fingido García que me dio resuelto el puzzle. Bendita seas entre todas la mujeres y puedes estar tranquila, para mí nunca dejarás de ser Macarena García, para mí tu nombre real es sólo un código de barras que sólo yo comprendo, sé y desconozco. Lo que tú me hiciste sentir aquella tarde noche creo que nunca podré agradecértelo.
Porque viniste al rescate, a prestarme una ayuda esta vez sí, más humanitaria que nunca.
Es probable que se hayan perdido un poco en la historia. Ya les avisé al principio de que muy repentinamente se tornaría larga y costosa. Y este principio es fundamental para entender el tránsito “aprés midi”, porque sin duda ésto ha sido sólo un mediodía.
Comenzamos a tener un nuevo contacto más fluido y constante a partir del mes de abril. Tendría sus desapariciones (como siempre) y sus apariciones, pero esta vez más cortas en el tiempo y sin ánimo de espantar. Un día decidimos ambos conocernos. Todo indicaba que sí, que así sería. Cambié tres de 3 planes, hice casi milimétricamente una mañana de trabajo intensa y me recorrí los ciento cuarenta y seis kilómetros que me separaban desde mi penúltimo destino del día hasta ella. Algo falló y me escribió un mensaje en el que me aseguraba que era imposible que nos viésemos aquel día por motivos que por entonces eran indescifrables. Hoy sí lo son al fin. Y son descifrables gracias a Macarena García y en cierto modo a otras dos personas que por firmeza o antonimia se prestaron a sacar mis ojos de aquel agujero de corto espectro en el que Samanta me había ido sumergiendo.
Aquel día, yo, en un ataque de eufemismo realmente bello decidí retarla maravillosamente. Le comuniqué que pasaría la noche allí, aparcado al raso declinando mi postura en una especie de huelga divertida que pretendía recoger algún espacio de tiempo, aunque sólo fuese de 5 minutos, pero que diese sentido a aquel día, en realidad a aquellos 14 meses. Pero no existió. Nunca apareció en aquella noche. Y a las 3 de la mañana, derrotado por el frío y la pesadumbre decidí hospedarme en un hotel cercano, pasar el resto de la noche y al día siguiente, lúcido y menos disperso, regresar a casa deshaciéndome de todo aquello que mentalmente me uniese a ella.
Volví a desaparecer. No necesitaba pensar más. El propio cuerpo y una mente ya desgastada por el uso escrupuloso de sus medidas surrealistas me hizo desquitarme. Aquel era un daño lento pero constante. Ese run run apocalíptico, como un zumbido infernal o una música de fanfarria descomunal que marea al receptor y lo sucumbe al fracaso absoluto quiera uno o no.
Fui consciente en uno de aquellos destellos de que algo extraño estaba sucediendo.
Volvió a aparecer, al regresar. Aunque evidentemente ya con un ímpetu venido a menos por su intención visible de hacerme una parte más del sufrimiento. Pero aquel contacto fue intensificándose, como siempre, hablando conmigo todas las noches vía web, siempre única y exclusivamente vía web. Todos los días hasta bien pasada la media noche y con una expresividad amable y divertida.
En unas semanas nos veríamos, pero dijo que “necesitaba pensar mucho porque no quería hacerme daño”. Aquello me sonó extremadamente extraño… ¿Qué persona podría pensar que me haría daño sólo por conocerme?. ¿En qué estaba pensando?. Como dijo Macarena García: “Ahí debiste darte cuenta de que algo estaba tramando, ella sabía cuál sería el final de la historia, y yo también lo sabía”.
Días después, Samanta se fue de vacaciones, a algún lugar no remoto del sur de la península. Desapareció durante todos esos días sin apenas dar una señal retórica de existencia. Supuestamente necesitaba aquella semana vacacional en el tiempo para pensar. Después, Macarena García vendría a decirme qué ocurrió exactamente y en qué pensó Samanta en aquellos días de summer vacances en aquel remoto lugar del sur de la península.
No puedo detallar, ni qué me dijo ni cómo, porque eso podría delatarla. Pero pueden presuponer libremente. No se alejarán demasiado de los acontecimientos. Digamos que no pensó en mí, ni en nada que tuviese relación conmigo. Tampoco aquel personaje de 3ª regional que durante meses según ella había ido mermando porque “no sentía absolutamente nada por él”
Mientras ella disfrutaba de sus vacaciones rest in peace, me llegó una oferta de trabajo para Londres. Bien remunerado, con amplias expectativas de futuro y con proyectos incluso de carácter internacional. Alguien llamado Luka había hecho llegar mi curriculum al director. Y me cogieron. Solo tenía que buscarme en un mes un billete de avión directo a Trafalgar Square y lanzarme a la aventura fantástica.
Los primeros días viviría con Luka y Margaret, en un apartamento a 1 km del edificio donde trabajaría.
Cuando Samanta regresó de sus summer vacances, le expliqué mi futuro. Ella me dijo que no podía irme, que me olvidase de eso. Que había decidido conocerme y que no podía irme ahora. -No por favor, no te vayas Luis-. No te vas a ir, No. No. No. No.
Así que sopesé la oferta y la demanda. Debo decir que siempre he sido de esas personas que escuchan mas al corazón que a la cabeza, o como quiera compararse... Y desestimé la oferta impulsado por aquella buena nueva que traía consigo Samanta: -Vamos a conocernos, ahora sí de verdad. Me gustas mucho, muchísimo Luis. Siento algo muy muy especial por ti. Todo va a ser diferente. No te arrepentirás de haberte quedado-.
Sin saberlo y sin apenas darme cuenta, había tomado una de las decisiones mas bellas y más importantes de toda mi vida. Renunciar a un nuevo futuro inmediato que aunque pintaba de fama por el intento de ser y padecer un momento mas de todos los deseados. Bello e incomparable.
Envié un correo electrónico a Luka y le dije que me era imposible. Que no podía irme.
Ya estaba hecho. No había marcha atrás... Pero en unos días, Samanta y yo tendríamos nuestro primer y esperado encuentro.
Encuentro para qué, porque ella ya estaba mas que segura de que aquello lo había hecho por despecho. Por sufragar sentimientos a mi costa. Por dar celos a uno o varios ex amantes a los que se la tenía jurada o a otros a los cuales quería poner simple y llanamente a prueba. Con su ex se había dado un espacio de tiempo para reflexionar. A algunas fuentes cercanas a ella les había dicho que su idea era volver con el futbolista de 3ª regional, pero sin embargo ella, mientras, me decía que anulase mis planes de futuro.
¿Como se sienten ahora?
Pues por eso me costó reconocer que era víctima de tal engaño en cadena. Porque me costaba deducir que Samanta no hubiese pensado nada en mi. En que había apostado y mucho y no precisamente para seguir siendo un juego apostrófico y restante.
Había renunciado a amplios páramos y sucumbidas estancias futuras mucho mas ciertas y con bastante mas resquicios felices.
Y sin embargo no dudó ni un segundo en derribar de un zas mi futuro para crear el suyo a conciencia. Como el que le dice a su semejante que esté tranquilo mientras le prepara una tempestad de la que, a buen recaudo, no saldrá vivo. Y siendo así, es más que probable que, en medio de dicha tempestad, lo masacre sin contemplaciones bombardeando con mentiras de racimo, con insultos y una falta de respeto muy a nivel de algo incluso que llega a rozar lo desconocido de lo bajo que pudo llegar a ser y ustedes nunca se imaginarían por mucho que Luis intente parafrasear.
Mientras ella me decía que me olvidase de Londres y de mis planes de futuro nadie hubiese podido imaginar su trama plenamente odiosa. Supongo incluso que más de una vez a ella debió generarle náuseas mientras planteaba sus estrategias.
Hay que tener estómago para estar en la dicha consciente de la maldad y digerirla a diario sin sufrir ninguna enfermedad aparente. Yo al menos no sería capaz de algo así, y conozco a más de 22 personas que tampoco podrían.
Es como el que renuncia a su casa, su futuro y su cama por otra casa, otra cama y otro futuro que no existe, ni tan siquiera es tangible. Así que uno pierde su hogar, su sueño y su futuro más inmediato se turba inconsciente.
Yo pensé que si existía, al menos como intención sinecuan, como destreza por adquirir. Aposté al caballo perdedor, al cojo, al insalubre. Por eso no dista la estafa, porque como dijo Macarena Garcia: -Sé lo que te pasa y cómo debes sentirte, que apostaste por el caballo perdedor aun cuando muchos sabían que era el caballo perdedor y nadie te avisó-.En efecto. Había apostado una enorme suma de todo lo sumable por alguien que ni siquiera pensó en apostar, ni en correr, ni tan siquiera en caminar. El premio ya era para otro, y no era apuesta hípica sino “Quiniela futbolística” de 3ª regional.
La voz de Samanta. Kick off.
Pero continuando con la historia con el fin de llegar al último puerto, continuaré.
Un día, y sin previo aviso, la llamé y hablamos por teléfono. Después de un año y medio al fin escuché su voz. Durante un mes recordaría a diario el tono de su voz, su frecuencia incluso y su sonrisa al otro lado del altavoz.
Intenté crear una nueva cita, pero ella renegaba poniendo mil excusas sin sentido que lo único que hacían es darle tiempo. Después Macarena García me diría por qué lo evitó siempre y cuál es la información que ella transmitía.
Nula. Nunca nadie supo de mi existencia. Sólo una persona y muy a destiempo. Era de esperar, porque teniendo pareja y vida consumada, la vida común fingida conmigo únicamente le servía para sentir que era dueña de sus actos, que podía mantener a una persona al filo de la desesperación únicamente por diversión, risa de espanto consagrada en secreto, por un bienestar que le producía aquella maquiavélica situación.
Ella decía que era por timidez. Pero sin embargo en sus fotografías de la red social aquella timidez se comía la boca en la barra de una discoteca de pueblo con un desconocido (hubo más momentos como ése pero que no habían sido fotografiados). Aquellos eran otros tiempos, debí pensar yo… Y debe haber algunas fotografías mías también por ahí donde yo ocupe la boca de otra fémina que nunca sería ella.
La timidez tampoco salta ni se encara, ni vacila ni mucho menos se expande. La timidez es un estado emocional que tiende a retraerse, a la involución en la expresividad y lo patente. Pero por entonces yo debí pensar que era cierta esa timidez. Quizá porque creí (desafortunadamente) que yo era alguien especial para ella y que alegremente, ella sentía algo especial por mí. No se cansaba de decírmelo continuamente, así que supongo que se trataba de esa retorcida musiquilla de fondo (fanfarria de suite menor) con la que reclamaba mi atención y mi estancia. Yo ya era consciente de su relación con otra persona. Pero… ¿por qué mentía?. Meses después lo sabría, y no era precisamente porque quería ocultármelo porque le interesaba o no quería perderme como ella me dijo dos días antes de no volver a verla nunca más. Mientras escribo este tránsito, reconozco que me dan hasta escalofríos y siento una especie como de vértigo nauseabundo que no puedo evitar. Desafortunadamente tiene efectos secundarios muy desagradables que me dejan sin fuerza ni ganas de nada durante al menos las dos horas siguientes. Sé que es un gasto de energía sonambucólico, pero forma parte de este momento en el que me encuentro sumido.
Durante siete (de 7) meses había rechazado conocer a al menos 5 chicas. De aquellas cinco chicas aún hoy me acuerdo como si fuese ayer. Y me arrepiento enormemente y lo hago con motivos que podría demostrar a cualquiera que hoy mismo osase a decirme que uno no debe arrepentirse de nada de lo que hizo, hace o hará. A aquellas 5 chicas les negué cualquier posibilidad simplemente porque algo me impedía besar a aquellas personas, cederles un espacio habría sido una necia forma de dar un momento a quien no tiene tiempo.
Bienvenida Samanta. El encuentro.
¿Nos conocimos un día a mediados del mes de Junio?. Por decir algún mes. Porque para esta historia podría servir cualquiera. Después de un año y medio de devaneos e infortunios, el esperadísimo encuentro tuvo lugar una fría noche de verano en torno a las veintidós treinta. Nos miramos de lejos y vimos como poco a poco, paso a paso, aquel momento iba a producirse al fin. Como el que absorto observa a cámara lenta cómo un cuerpo o una unidad de millar va a eclosionar, y eclosiona al fin produciendo nuevas y diminutas eclosiones que bien podrían llamarse nacimientos de algo que para siempre podría quedar en la memoria de lo vivido. Paseamos y nos besamos durante horas alargando al máximo la noche casi hasta el amanecer.
Ella siempre era fría y distante. Parecía tener calculado cada uno de los movimientos que reproducía. Y su actitud ahora sí, se entiende como aquel que está y no está, está pero no quiere estar. Como ese que sabe que ha ocasionado una catástrofe y la tapa, la esconde tras sus ojos para no alarmar a quien vive bajo la posible avalancha.
¿Saben? Rechazó mi primer intento de besarla. Aquello me desangeló el cuerpo y me dejó una sensación de hálito poco firme. Pero me conformaba. Hoy pienso que no debí volver a intentarlo y que todo se hubiese quedado en nada, en un fin dado por un giro de testa. Pero ella me dijo que lo volviese a intentar y así lo hice. Realmente lo deseaba.
Pero nadie, absolutamente nadie podría haberse imaginado en aquel momento que aquello era otra señal más de lo que estaba sucediendo entre bambalinas, del alud que en menos de 16 días enviaría sobre mi vida en horas bajas.
Porque yo era un actor secundario que había renunciado, sin saberlo, a mi dignidad, a mi derecho a ser respetado y a mi más sentido deber de conocer la verdad. Porque todo el mundo merece la verdad, incluso aquel que miente.
A los diez días volvimos a citarnos. Ésta vez iríamos a su casa de campo, y disfrutaríamos de un baño en su piscina mientras yo hablaba y ella estaba en silencio constante. Ni tan siquiera nos besaríamos hasta pasada la media noche, en una distancia que se creó sin sentido alguno del espacio. Más fría que nunca y más distante que todas aquellas veces que renunció a saber de mí hacía ahora un año exacto.
Sin embargo yo en aquel momento debí sentirme como flotando sobre la espesa capa de agua cristalina que se extendía bajo nuestros pies. Y pensé que todo había cambiado, y mucho, en este año, porque habíamos pasado del rechazo intensivo a estar juntos, disfrutando de una velada con una única luz de fondo y el deseo (por mi parte) conmutando todos los circuitos sensibles del cuerpo y la imaginación.
Terminamos en su casa, yo lamiendo su espalda con una sensibilidad exquisita y ella como espantada. Poblé cada milímetro de su piel desgarrándome la mía con besos diminutos, entregándome a un palmo abismo del nevero a veces. Rodeé su boca haciendo estragos en mi sistema nervioso. Reconozco que incluso me costaba respirar de puro nerviosismo, emoción tal vez e incluso espasmos arrítmicos venidos de un momento que me hizo olvidarlo todo y concentrarme en lo realmente importante: su piel como un exponente más de la existencia conquistable ojalá para siempre. Hicimos el amor y absortos de un calor ávido de nuevas luces, nos quedamos dormidos mientras observaba cómo la luz iba trepando por los balcones y las fachadas colándose ignífuga y tímida por entre la fina abertura de la persiana orientada al este.
Al despertar, olí su pelo muy pegado a mi nariz mordida. Me quedé críticamente en stand by observando cómo dormía plácidamente. Observé cómo una felicidad poco frecuente era ahora más real (qué inocencia la mía) y más destapada que nunca. La desperté con un beso, cogí mis cosas y me fui. Ella me acompañó hasta la puerta y me dijo adiós desconsoladamente y sin sonrisa.
En aquellos días yo disfrutaba de unas más que merecidas vacaciones. La llamé y le dije que podíamos viajar a algún lugar juntos en una especie de viaje express que la ayudaría a sobrellevar la soledad instantánea del verano vivido desde casa. Me dijo que se encontraba mal y no podía. Le dije que podía acercarme a verla. Me lo prohibió taxativamente. Mi única intención era aportarle una energía extra, una lucidez más temprana, un amor a domicilio casi. Estar a su lado ahora que podía. Ver otros puntos de vista. Recuperar quizá tiempo perdido del que puede recuperarse, compartir algo más. Pero fue imposible. De ningún modo podría visitarla aquella tarde de verano.
Así que se postergó hasta diez días después, de nuevo 10 días más hasta nuevo aviso que terminó por ser nuevo aviso nunca más. Habíamos quedado en que una noche de verbena popular en su pueblo nos veríamos y pasaríamos la noche juntos con un grupo de amigos y como propuesta final iríamos a dormir a casa de una amiga suya, que casualmente vivía dos calles más abajo de mi gran amigo el Brigadista.
La noche comenzó mal porque los días anteriores ya habían sido fraternalmente dolorosos. Había desaparecido, no supe absolutamente nada de ella hasta ese mismo día 11 a las ocho de la tarde. Le dije que no iría ante su desgana evidente. Ella me dijo que hiciese lo que quisiese. Aquello ya me sonó extraño. Entonces la llamé por teléfono y de fondo se escuchaban sus risas y otras risas, y una voz en off que decía: -Dile que no venga-. Quédense con ésta frase porque hace un par de meses hice una reflexión majestuosa la cual me ayudó a entender que la malicia puede medirse en un metro cuadrado.
Según ella, su amiga, había dicho todo lo contrario: Dile que venga. Lo decía una amiga que había ido a su casa a hacerle un peinado a la última.
Así que le dije: - De acuerdo, ¿donde quedamos?-. (Reconozco que lo hice porque sabía que ella no quería que fuese, y aquello me daba una oportunidad consistente de ponerme en un lugar que no fuese el que le daba risa, otro diferente que no me hiciese sentir que podía reírse de mi con facilidad, de pensar que podría lastimarme y usarme como un juguete delante de sus amigas. Ahora, cierto o no, debía ver mi cara.
No había pasado nada, todo estaba bien pero tardó más de 6 minutos en decirme un lugar donde quedar. Cuando al fin dijo uno, muy alejado de su casa y en medio de un temporal de luces y de gente, le di el ok y colgué. Llamé a un amigo que vivía a 23 kilómetros de su pueblo y le avisé de que en un 80% de posibilidades pasaría la noche en su casa que por partida doble yo siempre la había sentido como mi casa. EL otro 20% lo destiné a pasar la noche en un hotel del entorno, el mismo en el que pasé aquella media noche que ella no se presentó a la cita meses antes. Ahora más que nunca era consciente de que algo extraño estaba sucediendo… y necesitaba estar preparado para cualquier cosa.
Aquella noche tuve varios avisos. El primero fue que su amiga dijese que no fuese. El segundo fue que tuvo un encuentro fortuito con un ex y ambos se quedaron mirándose en un momento tenso de comunicación no verbal. Yo simplemente le dije que se quedase allí hablando con él y yo regresaba al grupo, por mí no había problema. Sabía que ahora más que nunca mi papel era secundario en su vida, meramente accesorio, complementario, anodino y bastante disperso. Ella aseguraba que eso había sido una reacción de ímpetu celoso y posesivo. Pero yo nunca fui celoso, ni mucho menos posesivo. De hecho no poseo nada, ni tampoco quiero poseer nada que no signifique nada para mí. Le dije que tampoco creo que una persona celosa le diga a otra: –Quédate y habla con él, os habéis mirado como enfadados. No me importa de verdad –.
Pero como diría Macarena García meses después sobre aquella noche, la consideraba bochornosa para mí, porque todas sus amigas sabían lo que había sucedido la noche anterior y yo había sido un punto franco donde verter mi ingravidez. Yo lo interpreté como que fuí, por unas horas, el tonto de aquel pueblo en verbena que ya mermaba al compás de un verano cerca del solsticio. Y como no, volví a sentirme defraudado.
Empecé a sentir que nada había sido verdad, que todo había sido un bárbaro fraude donde nada de lo que intenté fue, y no fue porque ya había sido, y por ende, tenía un carácter anodino.
Aquella noche me mantuve más de 3 horas sin beber alcohol y más de 5 veces intenté decirle que me quedaría en el hotel o me iría a casa de un amigo, pero me dijo que no insistentemente, que no me dejaría marcharme. Meses después me enteraría de que lo hizo por compromiso.
En la conversación con sus amigas pude sentir de cerca el hálito firme del consuelo, y Macarena García me dió pistas dos meses y medio después. Ella conocía todos los detalles de primera mano.
Hubo un aviso sintomático y muy intenso en una conversación un tanto encrispada que se inició en un pasillo de gente rumoreando ya a las siete de la mañana, cuando todo parecía terminar. Entonces una de sus amigas le dijo: “Vaya cara de amargada tienes”. Y Samanta le contestó: “- Lo que faltaba que le dijeses-”. Y entonces su amiga dijo: “- Pues como yo hable te vas a enterar-”.
Y Samanta se dió la vuelta y comenzó a andar rápido, casi a correr de forma mecánica, alejándose del grupo. Yo la seguí instintivamente. Iba casi llorando y con un enfado monumental. Yo no entendía nada, solo sentí una especie de culpa que Macarena García consiguió quitarme hace tan sólo unos días y de un plumazo.
El resultado es aterrador… Samanta me dijo que su amiga había dicho aquello porque en realidad quería decir que “Ella había estado hablando de mi todo el verano sin parar, como una amante exacerbada” y que lo decía por eso, porque no era normal que ella tuviese aquella cara.
Pero la realidad, queridos lectores era que Samanta escondía el secreto divino de la inhabitabilidad, del rumor incandescente y nimio, rastrero y humanamente vil.
Todos aquellos avisos habian sido neutralizados por Samanta cambiando sus significados por otros contrarios sólo porque no quería mostrar que se había acostado conmigo al segundo día de conocerme, que había cambiado mi vida y mis planes de futuro para, horas después de haber dormido a menos de 10 centímetros de mí, irse corriendo a los brazos de su amado ex novio de 3ª regional y haberse retozado divinamente con él en lo emocional, lo sentimental y lo verbal. De lo lingüístico ni hablar.
La noche antes de aquella cita de verbena en su pueblo, Samanta había estado flirteando con su ex-novio. Hubo más que palabras según Macarena García. Y todo y todos apuntan a que yo debí haberme dado cuenta. Y creo que sí lo hice, pero una parte de mi se negaba a reconocerlo. Nunca, jamás, hubiese podido reconocer y menos en aquel momento, que Samanta me había hecho cambiar tantas cosas de mi vida para hacer algo así. Nunca.
Así que mi cuerpo, como de forma automática, optó por defenderla. Por hablar bien de ella. Por negar y no creer todo lo que Claudia y sus amigas venían diciendo como un noticiero vespertino cargado de información esta vez letal y anunciada.
Así fue. Y lo cierto es que no todo fue tan momentáneo. Aquella noche dormimos juntos e hicimos el amor. Creo que cuando ella sentía mi cuerpo sobre el suyo en realidad lo que sentía era el cuerpo en equinocio de un futbolista de 3ª regional consumado la noche anterior. Y cuando me besaba (que ciertamente no lo hizo en toda la noche) lo hacía con carácter retroactivo también.
Yo la abracé y conseguí dormir después de pensar que aquel lugar era odioso, y aquel momento era tan extraño que lo hacía nuevamente más odioso.
Al despertar, busqué su boca y su cuerpo, intenté abrazarlo, pero me rechazaba vilmente con espasmos que provenían de “un dolor de cabeza insoportable”, según ella. Aún tengo secuelas de aquella forma inhumana y salvaje de clavarme los codos en las costillas mientras se revolvía en la cama acercándose al borde in extremis casi hasta caer al suelo. Es como si le produjese un asco repentino mi cuerpo, mi presencia y quien sabe si incluso mi existencia. Y realmente lo que sucedía era que estaba vendiéndose en varios mercados a la vez, siendo o queriendo ser, un producto único y exclusivo.
Así que cogí mis cosas, hice mi pequeña maleta diminuta y le dije que me iba. Ella me dijo: –De acuerdo, vete vete-. Y le cambió la cara, parecía estar más relajada, más contenta sólo de pensar que al fin, me iría. Claro, eso puedo verlo hoy, conectarlo hoy, cuando Macarena García optó por decirme que ella en realidad estaba deseando que me fuese aquella mañana post verbena.
Y recuerdo que sentí un desprendimiento de algo, como un vapor que viene a quemarlo todo, con una humedad constante y desangelada. Aquella persona quería sacarme de su vida sin previo aviso, de manera limpia y ufana, de un plumazo y sin más, y el motivo aparente era “un dolor de cabeza” en una mañana de domingo que jamás debí vivir.
Pero me quedé hasta que ella recogió sus cosas, hicimos la cama y nos marchamos.
La dejé en la puerta de su casa. El camino se hizo eterno, con un silencio disgregado como si fuese de costumbre. Yo sentí ganas extremas de lanzarme al vacío de llorar sin que nadie pudiese pararme ni detener mi ansia descomunal que ahora sí, estaba causada por su mezquindad absoluta. Y lo peor de todo es que era consciente, y tuvo muchos, muchos momentos para cerrar el grifo de la mentira y ponerme al corriente de la orden del día. Que sí, era descabellada y circunstancialmente viperina, pero nada comparado con lo que iba a seguir haciendo. Porque optó por prolongarlo en el tiempo. ¿Cómo?. Ya sé que no se lo creen. Pero cuando bajó del coche, me bajé, abrí el portón trasero, saqué su bolsa y sin mediar palabra me dio un beso fugaz y violento y se marchó sin ni tan siquiera mirar atrás. Yo me quedé estático, algo nupcial y recuerdo que angustiado. Hacía un calor agradable eso sí, muy de mediodía, concentrado, con un hedor a fiesta ya pasada, a siesta recién, a víspera agotada y de luces de un lado a otro de las calles en off side.
Aquella misma tarde le escribí un mensaje y le dije que para mí había sido especial todo este tiempo porque en la medida de todas las cosas, a pesar de su extrañez, todas aquellas mismas cosas a las que había renunciado de mi futuro, sentía que habían merecido la pena. Inocente de mí, que no estaba siendo consciente de absolutamente nada. Pero, ¿como iba a serlo?, ¿lo habrían sido acaso ustedes?.
Al día siguiente y ante su falta de respuesta la llamé. Le pregunté que si le ocurría algo y me preocupé por saber si aquella jaqueca intensa había cesado. Me dijo que no le ocurría nada, que estaba bien y que simplemente necesitaba que todo fuese más despacio. Me habló de sus planes de futuro. Uno de ellos la embarcaba hasta Canarias y otro hasta una ciudad cercana a mi. Me dijo que era difícil tomar la decisión porque “yo estaba en su vida” y eso lo cambiaba todo.
Yo no lograba entender nada. Iba y venía, aparecía y desaparecía, me insultaba y me destrozaba y de repente se ponía a hablar de “operaciones trascendentes de futuro”.
Macarena García explica muy bien por qué hizo esto. Y tenía una relación con mi futuro ya perdido en Londres.
Pasaron los días y desapareció. La llamé varias veces y sin éxito de respuesta. Así que le escribí y le dije que quería hablar con ella, que me avisase cuando fuese posible.
Nunca lo hizo. Ni tan siquiera me hablaba ni respondía cuando hablaba por internet. Hasta que un día sí contestó, pero el resto de ellos era para decir sí o no, o decirme que no pasaba nada, o simplemente no contestar.
Puede que la historia hubiese terminado así con más pena que gloria pero terminar al fin y al cabo. Ojalá hubiera sido así. Pero no. Optó por continuar. Porque para ella esto de no sentir nada por mí pero sí sentir que podía hacerme daño con gran facilidad, le empezó a parecer extremadamente divertido y productivo.
Mientras su ex pasaba de ella, ella volcaba su incertidumbre y su desdén contra mí. Era como una venganza descontrolada que había ido guardando en los últimos días hacia su ex de 3ª regional y como no podía transmitírselo a él, pues lo hacía hacia mí.
Espérense, no decaigan. No hay motivo aparente. La lucha por hundirme y hacer de mí polvo de estrellas vendría ahora, después, en los posteriores dos meses. Al mismo tiempo que la comunicación iría mermando, el ataque in extremis hacia mi bondad absoluta iría in crescendo, produciendo en mí un estallido de dolor incontrolable. Hasta el punto de que pude haberme pasado 40 de aquellos 60 días como desorientado, con los ojos húmedos, el ánimo muy ajustado y el humor extremadamente en off. Perdí 11 kilos en 32 días. ¿Por qué?.
12 días después de aquella noche in extremis con Samanta, me retiré a casa de unos familiares para descansar y servir en bandeja una tregua temporal que cumpliese un poco con aquello de que “todo vaya más despacio”. Un día antes pasé por su pueblo y la llamé para vernos fugazmente. Imposible contactar con ella. Cuando al fin lo conseguí porque opté por llamar a su casa, me dijo que “le estaba molestando porque estaba durmiendo una siesta periférica y que eso la había enfadado muchísimo”.
Así que di la vuelta por donde había venido, hice de nuevo una pequeña maleta diminuta y dañado y hundido partí al día siguiente rumbo a encontrarme a mi mismo.
A los dos días ella apareció conectada y se marchó justo cuando yo le hablé. Media hora después me escribió un mensaje de texto en el que decía: “Hoy sales por ahí, espero que te acuerdes de mi aunque sea sólo un poquito”.
Y claro que me acordé de ella. No sólo aquella noche, sino el resto de las 48 siguientes y a saber si alguna más. Pero poco o nada estaba entendiendo yo en aquel pasaje amargo y circunstancial. Ni tan siquiera podía imaginar que lo que estaba haciendo es tensar la cuerda. Ya había hecho el nudo, ahora sólo estaba tirando con todas sus fuerzas para ahogarme rápido y más rápido.
Un día le dije que me gustaría saber la causa por la cual tenía ese comportamiento conmigo. Podría decírmelo, sinceramente me hubiese gustado y no saben cuanto me hubiese ayudado a al menos, no morir cada día un poco, dándole vueltas al modo de encontrar una solución que, ¡cáspita! ¡Era imposible!.
No existía ningún tipo de solución. De repente, al día siguiente ya no quería saber nada de mi, ni que nada se solucionase, ni mucho menos verme ni tener consciencia de mi, ni pasada ni futura.
Llevaba 18 días intentando tener un encuentro con ella. Nunca pudo ser. Volvía a estar tan ocupada como siempre. Mucho trabajo, muchos compromisos socialmente insustituibles… Así que uno de esos días que había dicho que si pero había querido decir que no, tuve que cambiar la ruta e ir a visitar a unos amigos que hacía meses que no veía. Allí conocí a una chica llamada Claudia, que era amiga de María y Álex, y que aquella noche había decidido salir con ellos porque “le habían dicho que lo pasábamos muy bien en nuestras reuniones a pié de escenario”.
Por entonces yo estaba aislado mentalmente. Pero recuerdo que aún me quedaba humor (no era consciente de absolutamente nada) y Samanta aún no había empezado a lanzar su arsenal de injurias y violentas dedicatorias hacia mi.
Claudia pareció interesarse mucho (demasiado diría yo) por mi vida.
Ni se imaginan que aquella tal Claudia, sería una de las piezas clave junto con la para siempre anónima Macarena García, para sacarme a remolque de aquel inmenso y baldío precipicio con vistas a Samanta.
Porque Claudia dijo notarme un poco extraño, como venido a menos, triste en los actos. Y yo le conté un poco la historia, mi historia. Le hablé de Samanta y de su actitud un tanto extraña. Que se trataba de alguien en mi vida que ni tan siquiera había reparado en mi en los últimos veinte días y cuando lo había intentado había sido para lanzarme sendas ofensivas que me habían dejado un poco Knock out. -Qué contrariedad- dijo ella.
Claudia terminó por agregarme al día siguiente al mismo perfil de aquella red social común con Samanta. Porque ella sí quería conocerme realmente. Y una vez dentro, un día desde una biblioteca pública y junto a una amiga accedió a su perfil, visitó el mío, vio dos de mis fotografías en las que posábamos Samanta y yo y entonces su amiga dijo:- ¡Eureka! ¡Esa es la ex novia del chico con el que yo me estoy dando lotes parsimoniosos!.
Y por lo visto la amiga de Claudia, que visitaba el pueblo de Samanta con mucha frecuencia por motivos familiares y sentimentales, había visto a Samanta irse en volandas con el futbolista de 3ª regional. A la amiga de Claudia le importaba bien poco el futbolista de 3ª, decía que era de su agrado compartirlo con Samanta porque no era ni con mucho el hombre de su vida. Así que mantenía idilios frecuentes con él como con otros dos más porque había sido algo muy a raíz del verano y aquella mezcla calor humedad ciudad estancia, había hecho que ella desfogase amor del carnal cuando le apetecía.
Triángulo Samanta-Amiga de Claudia-3ª regional
La amiga de Claudia había aparecido en mi vida como aparece una señal muy fluorescente y te indica con pocas palabras una acción.
Gracias a su información pude determinar ciertas cosas que me ayudaron a entender mucho mejor que mi existencia mensual se trataba de un fraude de manual.
Por ejemplo Samanta decía no contestar a mis llamadas ni a mis mensajes porque había agotado su crédito llamando a proveedores de servicio para su trabajo. Entonces la amiga de Claudia me dijo que si su ex era proveedor estupendo, porque llevaba más de 5 días enviándole mensajes sin parar, intentando y queriendo saber de él, intentando encontrar el punto medio para volver con él. Porque la amiga de Claudia aseguraba haber leído al menos 5 de infinitos más que había en aquella bandeja de entrada. Lo que mejor recordaba era el nombre que le tenía puesto como seudónimo en la guía telefónica, que según ella le resultaba altamente gracioso. Y lo cierto es que sí lo era. Pero no era eso lo que más me importaba. De repente se me había borrado cualquier atisbo de sonrisa en la cara. Había una única persona en el mundo que optó por mentirme ya en todo, en lo visible y en lo visible. Podría decirse incluso que mentía hasta en lo inexistente.
Días después, la amiga de Claudia quiso tener un idilio conmigo. Y en cierto modo pensé que podría ser divertido. Pero la vaga idea de pensar que podría indirectamente recibir parte orgánica de Samanta me hizo decir no. Además de que inorgánicamente no es ni con mucho el tipo de mujer por la cual yo perdería el norte ni tan siquiera una noche cualquiera, sea o no estrellada.
Así que el círculo se iba cerrando.
Macarena García. De salvavidas a epílogo del por qué.
Una tarde, 20 días después de aquella noche de verbena, recibí un mensaje a nombre de Macarena García que me avisaba del fraude y me ponía al día en todos los aspectos de Samanta. Quien era, como era y su comportamiento menos conocido... El por qué de sus causas imposibles e indescifrables.
Percibí además un cierto pesar y consuelo en sus palabras que me animaban y me hacían sentir una persona querida para ella, porque en cierto modo miraba por mí. Decía valorar y mucho a los “Luis como yo”.
En aquel primer y único mensaje que me envió Macarena García me avisaba de que, o me alejaba de Samanta para siempre o iba a hacerme daño, mucho daño.
Me indicaba qué ocurría con Samanta en aquellos días y cual era su juego y su estancia. Yo aquel mensaje me lo tomé como una turbulencia, inventada incluso por la propia Samanta o por Claudia en su empeño latifundista por despegar como un cohete de aquella engañifa Samantina. A estas alturas de la historia, y con todo lo que estaba sucediendo día a día, me resultaba francamente difícil predecir con certeza qué o quien podría dar una información así. Primero pensé que había sido la propia Samanta. Porque lo utilizó como algo que se volvería contra mí y porque justificaba perfectamente el cumplimiento de su mayor deseo: que desapareciese para siempre y sin mirar atrás.
Le comuniqué a Samanta de la existencia de aquel mensaje y no hizo más que negarlo rotundamente y asegurar que aquello lo había escrito alguien que no la conocía nada. Dijo que eso había sido una invención mía incluso. Así que aún más me dió a pensar que había sido algo venido de ella para ponerlo contra mí y justificar así todo el embrollo.
Es como crear una cortina de humo, eso debí pensar yo, que Samanta estaba creando una cortina de humo para hacer invisible toda su farsa mezquina.
Estaba yo como para inventar cosas así... Nunca podría haber sido así porque aquello me dejaba a mi como un tonto tísico y altamente intoxicado por una situación de la que yo, llanamente, salía perjudicado. Puestos a inventar me habría inventado algo mas favorable a mi, y no aquella tertulia que si, a ella la ponía en una órbita nauseabunda, pero a mi me dejaba K.O. ó knock out, como quiera llamársele.
Ella quería saber a toda costa quien era. Yo le dije que se trataba de Macarena Garcia. Me dijo que no conocía a ninguna Macarena. Le dije que evidentemente se trataría de un seudónimo falso.
Pues sorprendentemente, casi 3 meses después Macarena García volvió a escribirme esta vez para preguntarme que tal estaba y para decir, bajo intensas condiciones de secretismo, que podríamos vernos en un lounge café del centro dos días después. Quería, mas que nada conocerme en persona y, como una especie de hereje, darme un respiro emocional que intuía saber que necesitaba. Mas bien lo suponía, y tengo que reconocer que suponía bien.
Rogaba en su mensaje secretismo absoluto y me dijo enervadamente que lo hacia por mi, como un gesto de "admiración" y "cariño". Y que si desvelaba su identidad Samanta nunca me creería, así que no merecía la pena el hecho ni tan siquiera de intentarlo.
Así que convencido le respondí que nunca desvelaría nada y a nadie en contra de la voluntad de quien así lo desea. Que me encantaría conocerla pero no por desvelar su identidad, sino porque sentía que le debía algo.
Que no escondía mi curiosidad, la cual era mía, no de Samanta, con la que ya no tenía ningún contacto desde que me reconoció 2 meses después de andar por la vida destrozándome a conciencia, que la noche anterior a verme sin querer verme, había hecho pellas con un reciente y flamante ex novio de 3ª regional. Así que, no tenía por qué preocuparse por eso.
Macarena contestó 6 horas después diciéndome que yo siempre le había parecido muy especial. Me dijo día y hora y que llevaría una prenda gris.
Aquella noche no dormí, extasiado por una incertidumbre que me rodeó creando cosmos en torno a la almohada. ¿Quien seria aquella chica con pseudónimo tan común?.
A los dos días me presenté en aquel lugar con la sensación de que aquello volvía a ser un fraude. Allí no me encontraría a nadie, o quien me había citado allí me estaba observando de lejos como quien quiere cerciorarse de que todo es seguro alrededor.
En efecto, entré, miré y camine hasta el fondo del lugar. Había poca luz y buscaba a alguien con una prenda vistosamente gris. Difícil tarea. Pero no vi nada, y estaba tembloroso por un nervio galopante que vino a hacerme perder la orientación por momentos.
Así que me salí fuera y justo en la puerta me paró una voz que me hizo girar la mirada.
- ¿Luis?-.
Allí estaba. Yo la conocía. Era ella. Me vio aquella cara que puse y sonrió. Me dio dos besos y me dijo: -No es buena idea que nos quedemos aquí en la puerta-.
Así que entramos. Se sentó y estaba tímida. Como yo. Aunque creo que yo más bien estaba absorto, empanado, perplejo, sorprendido... Muy de mucho por altamente sorprendido y equivalente.
Me dijo: ¿Que tal?.
Y yo le dije: Bien, ahora creo que mejor.
Mejor porque el puzzle encajaba a la perfección y porque Macarena tenia un poco cara de salvación aquella tarde, y pronunciaría al fin, el epílogo final que vendría a decirme que nada, absolutamente nada de lo vivido con Samanta en aquellos 20 meses había sido cierto, ni creíble ni maravilloso. Aunque ésto último no hacía falta que viniese a decírmelo nadie.
Me sentí todo y nada, dentro y fuera, sano y enfermo.
Por un momento creí que sería Claudia, o su amiga que venían a predecir algo ya predicho o a dar alguna información desagradablemente nueva.
Pero no, no tenían nada que ver, ni tan siquiera yo, actor secundario en aquella historia, habría imaginado algo así.
Solo sé que hablamos mas de media hora de Samanta y sus quehaceres. Cuando le dije todo lo que había pasado desde el principio, tal y como lo redacto aquí, ponía gestos de sorprendida, con muecas de exceso y asombro cuando le decía cosas que Samanta había hecho o dicho en todo aquel tiempo. Y muchas veces se reía como nerviosamente. Estábamos hablando de alguien a quien ella conocía bastante bien, y ella, conscientemente había elegido, después de sopesarlo bien, quedar conmigo, impulsarme un poco y mostrarme al fin, y después de 20 meses, el norte verdadero, no el magnético.
Cuando no era ella la que se sorprendía era yo, que terminé por lanzar una lagrima con alto contenido en desolación, rabia e impotencia. Porque había dado todo por aquella Samanta nucleica, vivípara y pretenciosa, dañina, engañosa y vil. Cruel hasta la saciedad.
Agradezco que Macarena en ese momento cogiese, con sus manos frías, mis manos, nerviosas doblando el papel de mi azucarillo de gesta.
Que me mirase y me dijese: - Te entiendo, pero ya esta, ya pasó Luis -.
Y sentí un impulso si, y me temblaban los labios porque estaba conteniendo una balsa desbordante que debía expulsar o terminaría por ahogarme...
Fue exquisita Macarena porque me sacó conversación sobre cosas que conocía de mi porque había investigado en mi perfil en el cual pudo entrar siempre porque era amiga de amiga. Conocía todos mis proyectos mejor que Samanta (algo que no me extrañó en absoluto). Y eso me sacó a flote e hizo que cambiase radicalmente la conversación. Ahora hablaba con Macarena largo y tendido. Y reíamos mientras yo secaba mis ultimas lágrimas y entonaba mi voz, que estaba fluctuante y temblorosa.
Sin duda es una chica especial Macarena Garcia. Y prometimos que volveríamos a vernos algún día, para contarnos ciertas cosas que se quedaron sobre el futuro más incierto. No le interesaba hablar mas de Samanta, lo impuso como condición. Incluso me dijo, y nunca lo olvidaré, que no me convenía por muchos motivos. Porque yo no era su tipo en absoluto fue el primero, porque no tenía nada que hacer con ella era el segundo, y el tercero entre otros 5 más que dijo seguidamente fue que yo era un Luis muy especial. Y me recordó un texto que había leído en mi perfil hacía meses. Y yo me emocioné tanto que sólo pude darle unas gracias casi mudas, porque nunca hubiese imaginado que ella leyese cosas sobre mi en mi perfil.
Ella estaba muy segura de lo que decía. Y me dijo que era una muy buena amiga suya, pero que yo era ese alguien a quien a ella si le hubiese gustado conocer antes.
Y yo sentí por momentos que me había equivocado de persona si, que ojalá aquella mañana de febrero de 2009 hubiera sido con ella y no con Samanta con quien me hubiese cruzado en el camino. Porque yo no buscaba amor, ni pareja ni nada parecido. Me encanta conocer a personas interesantes, sensibles, encantadoras y con una sonrisa como la de Macarena García.
Como otras muchas personas que se cruzaron en mi vida y que no supe apreciar, dejando así un espacio baldío para el arrepentimiento en días como hoy y sobre todo, dando pie a este enfermar un poco cancerígeno, timorato y sangrante.
Pero he obtenido al menos una recompensa. Aunque sea la única en todo este espacio de tiempo, y es el reconocimiento al mérito, a la bondad y la verdad. Y no importa que, como todos los reconocimientos, haya llegado tarde y cuando yacía prácticamente muerto.
Y nunca jamás olvidare el abrazo que me dio al salir de aquel lounge. Ni su sonrisa. Ni su ánimo experto.
Cuando bordeé las calles del centro hasta el coche, llegué, me senté, recliné la cabeza y suspiré. Me sentía reconocido, productivo, algo importante y entendido por la parte dañante. Ella no podía hacer nada, nunca pudo hacer nada, excepto cuando vio que su mensaje podía ahora si, ayudarme, como un salvavidas venido justo para la salvación. Y fue cuando, según ella, se dio cuenta de que Samanta había empezado a utilizarme como blanco donde verter sus actos heroicos y punzantes. Y Macarena García decía que yo, según ella había ido leyendo de mí, no me merecía algo así. Decía haberme cogido cariño por relatos como el del perro y la nieve, el de abrazo 213 y otros muchos que le habían encantado.
Entonces dije: – Se me dan bien los diciembres -
Samanta era amiga suya, pero eso no quería decir que apoyase todo lo que ésta hacía. Me dijo que todo el mundo le reía las gracias, pero el que ríe gracias no es un ser predefinido al acuerdo.
Por lo tanto no es que ella estuviese de acuerdo y menos en algo así, donde estaba mas que probado que había hecho una enorme mella en la vida de alguien que, sin duda, había demostrado amor por doquier y una sensatez desmedida de principio a fin. Que pudo haber perdido la calma y los nervios y nunca los perdió. Y mantuvo el orden y el respeto porque se acercaba a la medida de todas las cosas bien hechas.
Ella insistía en que lo había hecho porque le parecía muy especial, y porque había visto indicios de que yo me había entregado mucho para nada. Y porque Samanta me había estado haciendo daño muy constantemente. Su sentido de la justicia era espectacularmente tranquilizante. Y yo una hora después seguía mirando su rostro atónito, sin creerme que aquella persona plural era Macarena Garcia.
Pero también me di cuenta de que, nadie, ni tan siquiera alguien que la conocía bien, podría haberse imaginado tanto ni tan malo de Samanta. Y mucho menos conmigo. Pero tampoco le sorprendía en exceso. Eso me hizo darle las gracias. Porque en cierto modo, es algo que yo llevaba diciendo a Samanta durante meses.
Día a día Samanta iría mermando mi capacidad de ser, alcanzar o desear.
Realmente la historia terminó como ella siempre había deseado que terminase. Haciendo un K.O. absoluto después de una decena de asaltos de los cuales fuí a morir en el último. Prolongué mi supervivencia a sus bombardeos intensos durante dos meses. Imagínense todo tipo de injurias malsonantes y dañinas, de las cuales escribiré aquí las que menos daño me hacen recordar:
Tienes que madurar, eres un “niñato”. No sé si me gustaría conocerte más. Hay muchas cosas de tí que no me gustan nada. Mírate bien porque lo tuyo es muy serio. Vas de “don perfecto” y no eres nada. Estas haciendo que me arrepienta de haberte conocido. Hace tiempo que debí mandarte a la mierda. Que te den “subnormal”. Me has dicho muchas cosas de sensaciones para solo 3 días y no me las creería nunca. Ni yo sé cómo te he aguantado. No quiero volver a verte. No quiero que estés en mi vida. No siento nada por tí. Y algo que me sorprendió bastante fue algo que me dejó escrito en una conversación: - Puedo liarme con quien quiera, eso que te quede clarito-. Me pareció bien, si no fuese porque 7 días antes había dormido a tan sólo 1 centímetros de mí. Y justo en ese momento, sentí que en realidad, había descendido hasta los infiernos y me estaba abrasando vivo, tambaleante y ranqueante. Y haber confiado en ella hasta el final ahora me dejó cara de tonto, de imbécil incapacitado para al menos los próximos 12 meses.
Knock out. Off side. Kick off.
¿Y saben por qué me dijo todo aquello durante dos meses?. Porque me preocupé por saber qué le ocurría. Porque sentí que merecía la verdad una vez perdido todo lo demás. Y la ocultó para que no fuese evidente algo que, tarde o temprano, con ayuda o sin ayuda, habría venido de todos modos a decirnos lo mismo.
Si pensaban que había terminado todo, se equivocan. Faltaba el broche final. Cuando Samanta me escribió diciéndome de forma directa y concisa: –Hija de puta será quien yo te diga –.
Entonces le dije que se había equivocado de persona.
Me dijo que no, que “habia recibido una llamada con insultos graves y que aquella voz era la mía”. Seguro. No. Segurísimo.
Así que la llamé y llorando pude decirle sintiendo calma y paz que me denunciase, que me registrasen por doquier, que me ofrecía voluntario, que yo mismo pondría la denuncia de forma express. Entonces me dijo que si no era yo quién era entonces. Le dije que no lo sabía ni me importaba.
Y me colgó justo cuando llegaron sus amigas.
Entonces pensé: – No soy el único en esta historia que ha vivido francamente mal-.
Pero yo nunca, jamás, habría hecho algo así. Y menos en aquel momento en el que estaba bloqueado, perdido, noqueado. Ni una sola sílaba salía de mi boca en aquellos días en los que, hasta mi propia familia, llegó a pensar que vivía sometido a una escafandra.
Hoy quiero agradecer a todos aquellas personas que, sin dudarlo, me hicieron abrir los ojos y me rescataron de aquel precipicio donde ya sólo, un puñado de aves carroñeras podría haberme sacado de allí, devorado por el olvido y la desgana, el disfraz de bárbaro y el cuerpo lleno de llagas sangrantes.
Me engañó de principio a fin, hoy si puedo asegurar que de una forma vil y cruel, al menos así lo siento yo. También muy a destiempo y de una forma excesivamente burda y despiadada. En efecto, todas aquellas premoniciones absurdas eran ciertas. Yo era un paranoico, teatrero. Pero acerté. Y acerté porque hubo un puñado de personas que me guiaron hacia el acierto. Así que en cierto modo y a pesar de todo, me consideré un tipo con suerte en aquel momento, cuando todo era zanja y hundimiento . Es como si la naturaleza, en su estado más salvaje y primario, me hubiera dotado por momentos de una capacidad muy superior de percibir destellos de lucidez que me aportaban una información que de repente un día se tornó, más que necesaria, imprescindible. Porque llegó un momento en que Samanta quiso hacer mella por pura diversión y lo consiguió, haciéndome más daño del que cualquier persona podría aprender bajo el subsuelo, muy cerca del núcleo terrestre.
Porque hay cosas que hacen daño en la vida. Producen un dolor momentáneo y simulado, que puede proyectarse en el tiempo pero siempre de forma escalonada y no constante. Daño producido por un error en la comunicación, en el hecho de un preciso instante, o en el resultado de una acción realmente imprevista e improvista. Pero un daño así, nunca, nadie, podría habérselo imaginado. Yo he leído a Maquiavelo, y Maquiavelo no haría un daño así nunca. Porque un daño fluido y constante es una forma de enquistar con alevosía, premeditadamente. Y eso dimana en algo extraordinariamente repugnante. No seré yo quien lo diga. Que sea el tiempo, que es quien mejor quita y otorga.
Porque nunca pensé en que tal maldad pudiese ser cierta. Ni tan siquiera imaginé que alguien sin motivo aparente ni resquemor previo ni animo de venganza, pudiera proyectar tanta y tal malversación.
Porque malos y maldad existen y de diversa índole y consideración. Pero en este caso rozaría lo indeseable, lo imperfecto a gran escala. Como el que intenta hacer un paralelogramo y torpemente termina por hacer un circulo, e intenta convencerte de que ese mismo circulo es un cuadrado para convertirlo en agujero y que te aproximes y poder así lanzaste al vacío incierto y decrépito, lleno de sombras inciertas y chinescas donde ella es parte visible.
Y lo es porque Macarena, Claudia y su amiga, dieron luz intensa a lo desconocido y oculto por ella, a petición propia. Como dijo Macarena mientras pedíamos otro café: -Creo que es porque ella se siente bien siendo así, alimenta sus complejos, la hace sentir parte dominante. Pero yo no soy así. Me gustaría pensar que no crees que yo soy así por ser su amiga-.
Y lo último que Samanta me dijo vía chat fue 60 días después de aquella ultima vez que nos vimos:
- Reconozco que vi a mi ex, y estuve hablando con él la noche antes de verte y acostarme contigo.Pero yo no te he hecho nada. Tengo mas clase que tú-.
Y siendo firme en mi propuesta, reconozco que en efecto tiene y siempre tendrá mas clase que yo. Pero bendita sea la hora en la que, yo, no tenga esa clase ni la necesite nunca.
Últimamente sé de ella que utiliza mis frases en los estados de mi perfil para lanzarle indirectas a su ex novio, que vive lo que me hizo vivir a mí, un triángulo amoroso al parecer insoportable pero que aún así está bastante feliz porque aquello que me hizo a mí le ha dado bienestar para rato.
Y es que en realidad, producir tanto daño, si tu conciencia te lo permite, debe dar una subida de niveles biológicos y adrenalínicos que no son comparables con nada.
Aire de reina triunfante.
A mi ahora sólo queda sanar lentamente y recuperarme de un estado de alarma absoluto. Con eso tengo más que suficiente. Y borrar de mi memoria y de los mapas ciudades como Londres y personas que pudieron ser y no fueron.
Incluso las sirenas de un toque de queda o las campanas de una iglesia, me otorgan ahora paz. Porque casi siempre me avisan de que la noche llega… y la noche, es algo que me confiere paz… Cuídense y déjense llevar siempre por las emociones… aunque a veces, duela de una forma que nunca imaginarían.