sábado, 5 de diciembre de 2009

Cinderella morning



¿Te acuerdas? Eran las 09:18. ¿Cómo olvidarlo?.
Moví la mesilla despacio... sin hacer ruido... coloqué la cámara sobre ella, puse el capturador automático y resultó ésta imagen.


Después, te desperté y te enseñé la fotografía en aquella cámara Minolta digital que heredé dos años atrás en un viaje a Berlín.

Tú tenías los ojos recién abiertos y brillantes, como caléndulas. Te quedaste ensimismada mirando aquella fotografía y sólo dijiste con cara de felicidad: -Es el mejor despertar de mi vida. ¿Sabes qué? Me encantaría ver esta imagen todos los días de mi vida-.


Vida vida y más vida... 


Es cierto. Porque sin duda alguna es la imagen del año, el síntoma del bullicio matinal, de una mañana orientada al norte, con lluvia de ceniza y colapsada de parabrisas cansados, sin adrenalina.


Abajo, en la avenida, los semáforos temblaban como sauces llorones, y una dependienta esperaba en alguna trastienda completando sopas de letras como pasatiempo logarítmico de un aburrimiento universal.


Lo decía un cantante en si bemol.




Había una lluvia de camiones, de ambulancias urgentes, de chicas que se escondían debajo de los árboles asfixiadas por el hedor sudoríparo de aquel cielo estrellado. Aquel cielo último de aquel mes de noviembre.


Mañana de sábado tránsfugo. Mientras, la noche anterior, de regreso al hotel, vimos canallas y policías inquietos. Gabardinas sin dueño, con los cuellos alzados y gatitas en celo pasadas por agua ajenas a la fiebre de aquella noche del viernes más tuya y mía que nunca y que ninguna otra.


Cuando llegamos al hotel llovía por todas partes. Tú y yo enfrentados como se enfrentan dos masas eléctricas, haciendo pequeñas aproximaciones de piel, con diminutos contactos que producían espuma de mar y besos con efecto submarino. 


Tu olor a algodón, a fibra sensible, a risa con sabor a pan, tu risa... el efecto secundario de aquella guerra de almohadas sobre aquella cama enorme con motivos florales estampados en blanco y negro. Reír sin parar. Oxigenando el espíritu, generando felicidad con los pies descalzos sobre aquella colcha invadida de plumas de ave a destiempo, como a mi me gusta.


Después nos vimos sentados en el borde de la cama, yo con mi guitarra y tú con un vaso de plástico lleno de cava a rebosar. Mientras, me dabas de beber y yo sintonizaba los acordes que nos harían cantar juntos este tema:





¿Te acuerdas? Como olvidarlo...


Después del tiempo, solo queda ésta memoria de pez girando en una pecera llena de rumores. Las sirenas y los ruidos venidos de toda la ciudad. 
Aquella mañana, sentado al borde de la cama frente al ventanal luminoso, pensé que no siempre lo que necesito es lo que quiero, ni lo que quiero es siempre lo que encuentro.
Lo que encuentro tampoco es siempre lo que busco, y lo que busco no siempre es lo acertado y lo acertado... no siempre me hace feliz. 
Porque lo atractivo no siempre es lo más bello quiza porque no siempre dormir significa descansar. Porque podemos soñar despiertos y porque una mirada dice más que mil palabras, porque los silencios duelen más que las palabras... 


Porque uno puede andar perdido aunque conozca el camino. Porque hay dias tan oscuros como la noche y noches que llegan a brillar más que el dia... Porque hay dias para todo y porque todo a veces es nada... y porque otras veces nada, lo es todo. 


Quizá porque hay quienes te tienen delante y no te ven y quienes sin mirarte, te han visto. Porque el mismo abrazo que adoro me ahoga, y aunque me ahoga me atrapa... será porque no siempre correr significa llegar más lejos... porque lo más pequeño... en ocasiones, es lo más inmenso... porque lo más frágil y ligero puede llegar a ser lo más pesado.... es por ello que en ocasiones uno se salta sus propias reglas, para después, poder cumplirlas.


Y entonces, sentí un click onomatopéyico. Y el momento quedó congelado para siempre.


Mírate dormir... 


Feliz estancia a todos... bienvenidos a éste mi mundo positivo.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

happy hang out






Hoy se cumple un año desde que decidí, casi a tientas, crear este blog.
sobrinothings... "Las Cosas de Sobrino".
Cuando empecé este blog todo era bien diferente.  
365 días...


Por entonces acababa de dejar atrás un pasado un tanto crudo pero maravilloso. Maravilloso porque después de todo sentía una paz solar y me reía casi todas las tardes a orillas del Guadalquivir.


Recuerdo que eran las 23:14 porque me llamó Bernardita por teléfono mientras estaba registrándome como usuario en el blog, sentado con Cris que había subido para verme como cada martes.
Pensé en... ¿qué nombre le pongo? 


Ella, Bernardita, me estaba diciendo que me fuera a cenar a su salón, lleno de cojines búlgaros y velas filantrópicas, porque había preparado una paila marina exquisita & exclusiva para mi.
Entonces le dije: ¿Pero estas segura? 
- ¡Que cosas tienes! - me dijo ella mientras sonreía. 
-Vente, que te estoy esperando...-


Asi que... mis cosas... las cosas más mías... things. Cogí mi escueto abrigo de advertencia y me marché sin dudarlo.
Por entonces, mientras iba en bici hasta su casa, ni por asomo podría imaginarme que, una año después, sobrinothings tendría más de 5600 visitas venidas de tooooooooooodo el mundo. Alemania, Chile, uruguay, Brasil, Dinamarca, Suecia, Rusia, la vecina Francia, Portugal, China, Inglaterra, Italia, Argentina, Estados Unidos.... en fin, tantos y tantos... 


Ni mucho menos...por entonces pensaba en qué iba a escribir por primera vez...pensaba en paila, en amor, en cojines búlgaros...


Acaba de dejar al que creí por siempre el amor de mi vida apenas hacía 38 minutos. Nada más lejos de la realidad. Ella sólo había sido una etapa, singular y transitoria, en la que debí aprender al menos veintiocho modos de apreciar la vida de cincuenta y cuatro formas diferentes. Aquel día elegí una de esas cincuenta y cuatro. Si quería llegar de A a B, tendría que utilizar el segmento más corto.
Así pues sentí la democracia como trepándome por entre la piel y la ropa, y puse punto y final a aquella etapa, a su tránsito y a las espinas macabras de un amor ya transoceánico. 


Todo olía diferente, incluso la calle al regresar, y yo sentí una libertad como muy deseada, esperada y merecida. Recuerdo que aquella noche había un bullicio muy propicio en todas las cosas. El verano se había prolongado y los ultimos resquicios de luz artificial me alegraron una fe muy mia que creí haber perdido ya para siempre. 


Mi vida ha cambiado tanto desde entonces... sabía que sucedería desde el mismo momento en que giré la esquina al fondo de la avenida. La mejor versión de mi mismo estaba aún por llegar.


Me situé de nuevo, traté de olvidar, con éxito, todo lo vivido, excepto aquello que consideraba indispensable para lanzarme a un futuro que me venía como anillo al dedo.


Como en toda empresa, después de un año, hago números y auditorías. Y debo decir que me considero un tipo con suerte.


Si, estoy de acuerdo en que este año he conocido a algunas personas que hubiera sido mejor no conocer. 
Soy de esas personas que considera que es mejor no llegar a conocer a ese tipo de personas que verdaderamente no existen. Porque para que una persona exista debe ser no sólo una muestra física y carnal de sí misma, sino que debe poseer una cualidad espiritual que la diferencie del resto, que la haga humanamente tangible y perceptible por los sentidos del opuesto. Porque a fin de cuentas, todos tenemos cuerpo, pero la vida espiritual es un bien escaso, cuando debiera sin duda alguna, ser lo más abundante.


Pero he conocido a más personas capaces que incapaces. Y ese número positivo engulle al otro. En este año he guardado los mejores secretos de toda mi vida. He vivido hasta cuatro vidas paralelas pudiendo ser yo mismo en todas y cada una de las cuatro. He sabido reirme siempre a tiempo y he llorado sólo 2 veces. 


He conseguido comprender y habilitar una memoria que me permite almacenar la idea de que hubo un tiempo en el que perdí el tiempo, sin saber cómo ni por qué. Supongo que porque invertí recursos y bondades donde no había nada, nada que no fuera una persona vestida de metrónomo marcando el paso impasible e inútil del tiempo. Tic tac y nada más.


Realmente es lo peor que sobrellevo: perder el tiempo.
Hay un dicho populista que dice que el tiempo nunca se pierde. Hay incluso canciones escritas por amantes de lo ajeno que recalcan que el tiempo nunca se pierde. Pero el tiempo si puede llegar a perderse. No es difícil perder el tiempo. Lo difícil es saber aprovecharlo.


Hay personas que me han hecho perderlo. Pero hay otras muchas que en estos 365 días me han hecho recuperar lo no vivido y lo perdido con creces.


En todos y cada uno de esos trescientos sesenta y cinco días he hecho lo que más me apetecía. He dormido donde nunca imaginé que dormiría, ni por muy remota que fuera mi imaginación bajo efectos secundarios de alguna droga bendita hecha humo.
He condecorado mis bienes comunes con enorme acierto. He retomado, por decirlo de algún modo, ese estrés parasimpático que me producen las cosas más sensibles y cotidianas. Ahora la temperatura de una mano sobre mi espalda puede llegar a producirme enfermedades de esas que desestabilizan a las sensaciones formando con ellas un ramillete de emociones incontrolables.
Es como si la atmósfera dejara de existir por un momento y todo flotara.


Ahora me inspiro más y mejor. Me apetece mucho más reir. No me preocupa nada en absoluto. Tengo  nuevos conceptos y más claros adquiridos. Me tomo grandes molestias en considerar y comprender el entorno que me rodea. Distingo perfectamente mis objetivos, disipo las nieblas que pudieran existir y me tomo grandes molestias en fomentar a diario mi sentido del tacto para con las cosas, las pieles y las superficies.
Perdono más y mejor, mucho más rápido y convencido de que, la vida, es un círculo circunscrito en ideales que debieran ser siempre una apuesta futura por abrazarnos y volver a ese estado en el que, lo humano, flote y derive en nuevas emociones y sensaciones.


Mi nuevo estrés estrenado y parasimpático es un bien saludable. Me mantiene despierto y activo. Construyo mejor y más fundamentado. Estructuro, fragmento y desgloso el todo hasta convertirlo en pequeñas partes fragmentadas que llego a asimilar mejor, más fácilmente, creando un microcosmos en cada franja horaria en la que tú y yo, por ejemplo, dejemos de ser quienes somos y empecemos de 0 (cero). 


Y es todo ese compendio de circunstancias y cualidades nuevas las que me han permitido identificarme como un yo tangible, capaz de resolver un problema de geometría en 4 minutos, de separar la ropa de color de la blanca antes de lavar casi sin mirar, de percibir un color sólo con pensarte, casi a tientas también, empujado por una historia que siempre nos llevará al mismo sitio: el punto donde debemos encontrarnos sin que pase el tiempo ni un segundo más.


En este año he sido considerado y no, me he sentido grande y pequeño, todo y nada, capaz e incapaz, exquisito y vulgar a veces, dormido y despierto, me he sentido parte y nada a la vez, engañado y propuesto.
Todo lo que somos es porque un día asumimos el papel y aceptamos serlo sin más. No hay marcha atrás, sólo un camino: depurar los excesos, comportarse como un espejo, reflejar lo mismo que el otro, si me das agua, darte agua. Si me ofreces una tarde con sol, darte un sol lleno de tardes.


Ahora solo me queda deshacerme de éste vestido bilingüe, olvidar todo el pasado, porque ese pasado hace tiempo que se olvidó de mi. Soy parte de su memoria más remota. 
Así que, voy a dejarme llevar. Voy a celebrar que un día deseé sobre todas las cosas verte y que sin embargo tu por el contrario celebras no desear verme nunca más.


Sin conocernos tal y como tú siempre quisiste. Feliz aniversario.


Quiero agradecer a todos/as las personas que este año os habéis interesado por este espacio. Sois tantas las personas que a veces me emociono mientras escribo... porque a veces sé cómo reaccionaréis muchos de vosotros... 5600 visitas... sois únicos.


Mi mayor placer es que, a pesar de que cuento historias muy puntuales, las vivís con emoción y os identificáis con ellas... hay mucha gente que me escribe diciendo que antes de dormir lee el blog, porque duerme mejor. Otras personas me piden que actualice, otras que estan deseando estar sentadas a mi lado y que les lea el blog, otras que les gustaría vivir aunque sólo fuese una de las actualizaciones del blog... hay otras personas que han soñado con una actualización de blog... cuántas anécdotas felices en sólo un año... qué emoción y que placer causar tantas cosas sólo con un texto... mediocre además... pero... sincero eso sí.


5600 visitas dan para mucho... a mi al menos me dan ánimo para continuar un año más. 


No sé qué más decir, no se me da bien hacer la pelota... lo siento. Pero si que puedo deciros es: Gracias y felicidades también a todos los que seguís el blog, porque... el 50% es vuestro que leeis y le dáis vida.


Sin receptor, la comunicación no existiría o sería práctimente nula...


Descansen... feliz noche!













domingo, 15 de noviembre de 2009

to be a point


Claro que entiendo que quieras ir a tu bola. ¿Quién no? Yo también. Pero eso no explica la deshumanización a la que me has expuesto. Es lo más insensato que recuerdo de mi vida más presente.

Verás, intentaré que me entiendas.

Hace unos meses, después de salir del instituto donde daba clases, hice un camino diferente para regresar a casa, como cada viernes. Estaba a la altura del enorme parque que dividía la ciudad en dos. Entonces vi venir de frente un cachorro, que se dirigía hacia mi meneando su cola a modo de feliz uso. Yo sólo pude mirar cómo se dejaba caer simpáticamente panza arriba junto a mis pies. Era un cachorro labrador, una bola de pelo blanco que apenas podía tenerse en sus patitas gruesas y sucias.
Me lo llevé a casa y lo instalé en un rincón del salón con una manta vieja y un hueso de trapo que construí.
En ningún momento pensé que me lo quedaría conmigo para siempre, respondía a una serie de responsabilidades extras que en éstos momentos no podría llevar a cabo.
Esa misma tarde, simultáneamente a un ejercicio que tenía que preparar para dar mi clase de diseño en el instituto, me ocupé de bañarlo, cepillarlo, desparasitarlo, darle vitaminas y limpiar religiosamente todo lo que ensuciaba. Incluso me molestaba en calentarle una bolsa de agua todas las noches para que no pasase frío en el salón. Al final aquel rincón que acomodé para instalarlo no sirvió de otra cosa sino de referencia. De referencia para comprobar y asimilar que hay cosas que nos incitan vida y alegría, esa pequeñez y esa torpeza en los movimientos nos hace más humanos, más felices, más sensibles.
La potencia de la imagen que desprendía el perro es más fuerte que cualquier intención. Incluso pienso que si a alguno le molestase el perro o su presencia, tendría que irse a dormir al rincón del salón, con el hueso de trapo y la pequeña cama, porque nadie cedió a quitar al perro de entre sus brazos de entre todos mis compañeros.
Incluso me agradecían la agradable idea de haber llevado al perro a casa en un intento de mejorar su calidad de vida en abandono. Elisa cedió llevárselo a su casa, lo quería para ella, su padre había soñado siempre con un labrador en sus manos, y era la mejor oportunidad de deshacerme de tal responsabilidad sentimental. Desde que lo vi supe que lo amaría el resto de mi vida, pero también supe que no era el momento adecuado.
Asi que un fin de semana los padres de Elisa me invitaron a ir cerca de Granada a pasar esos días en una pequeña casa en la ladera de Sierra Nevada y así llevarles el perro.
Me costó quitarle el perro de entre los brazos a mi padre, que casi llora en la despedida.
Al amanecer el sábado hice mi única maleta diminuta. Metí al perro a empujones en el coche y me puse en camino con un álbum de fotos en una mano y el hueso de plástico en la otra. Era una mañana fea y gris, y hacía tanto frío que tuve que arrancar el hielo del parabrisas con agua caliente y una rasqueta.
El perro se puso tan nervioso que se orinó en la alfombrilla del coche. No fui capaz de reñirle. Los primeros 100 kilómetros fueron relativamente tranquilos. La ruta era fácil, sólo tenía que girar 4 veces a la derecha y coger la autovía, después me esperarían en un bar antes de llegar a Granada. Conducía despacio, sin rozar el límite de velocidad, a través de páramos cubiertos de escarcha y montañas salpicadas de brezo descolorido. A la media hora, un puñado de copos menudos y livianos comenzaron a revolotear por delante del parabrisas. Nunca había conducido bajo la nieve. El perro, instalado en la bandeja del maletero después de haber pisoteado todo el coche y haberse sentado a mi lado como copiloto, tras haber compartido unas miradas y unos chirriantes ladridos a los altavoces como enfadado, siguió extasiado en su vuelo errático.
Yo traté de no hacerlo y concentrarme en la conducción. Encendí de nuevo la radio y no conseguí sintonizar más que una cadena de música clásica. Estaban emitiendo ópera en directo desde algún teatro supuestamente famoso del norte de Europa.
Nunca me había gustado la ópera, pero aún así no intenté cambiar de canal. Estaba empezando una nueva vida. Trazando una línea. Poco a poco, la nevada fue ganando intensidad. Los copos se hicieron más grandes y compactos, y caían apiñados y sin respiro, formando una cortina blanca que apenas dejaba ver la carretera. Cuando empecé a ver la nieve cuajando en el asfalto, al entrar en un puerto en sombra, me aparté del camino y me detuve para poner las cadenas del coche. Dejé la radio encendida y salí a la intemperie. Estaba en mitad de un yermo inmenso y vacío, cubierto por una capa de nieve recién caída y batido por un viento helado que cortaba como una fina hoja de papel. Me subí las solapas de la chaqueta, saqué las cadenas del maletero y me puse manos a la obra. Fue un desastre. Jamás lo había hecho antes y no sabía por dónde empezar. Lo que conseguía encajar de un lado se salía del otro, las gomas y los muelles no daban de sí, los ganchos se me escurrían de entre los dedos y se negaban a entrar en los cierres. Aquello parecía pensado para una rueda cuadrada en vez de redonda. Después de un cuarto de hora de forcejeos, tuve que detenerme. Me faltaba el aliento, se me saltaban las lágrimas y tenía los dedos tan entumecidos que apenas los sentía como míos. Entonces lo vi. Había salido del coche sin que yo lo advirtiera y estaba retozando en la nieve como un frenesí enloquecido. Se revolcaba panza arriba como un poseso, ladraba furiosamente a la ventisca, trataba de capturar los copos a dentelladas… Mi perro.
Traté de llamarlo, pero no me salió la voz del cuerpo. No me hubiera oído. Yo no estaba allí. Estaba la nieve y estaba él y eso era todo. No había más. Escarbaba madrigueras levantando nubes de polvo blanco, corría atolondradamente tropezando con sus propias patas, aullaba y gemía de pura excitación. Me quedé de rodillas en la nieve. Con las manos metidas debajo de las axilas, tiritando y moqueando, sin poder apartar la vista del cachorro. Sin atreverme a moverme, a hablar, a jadear siquiera. Me sentía ardiendo y helado. Me sentía fuera y dentro del mundo. Me sentía casi tan vivo como él.








martes, 10 de noviembre de 2009

sun place





Ahora que lo pienso, había 5 formas diferentes para llegar hasta allí por 4 caminos distintos. Dos por vías pecuarias y otras dos por  vías alternativas que nos dejarían la sensación de habernos querido toda la vida casi sin habernos visto, a penas 3 días hace un par de meses en una fiesta en la que decidimos ser únicos anfitriones.


Por entonces me decías que tú eras una chica un tanto fría y que tenías la poca fortuna de no saber elegir el momento adecuado para besarme, porque siempre  deseabas hacerlo.


Todos nos esperaban a 110 kilómetros al norte de Madrid. Tú y yo nos citamos 3 horas antes en aquella ciudad que un día elegimos para encontrarnos y abrazarnos por primera y última vez. Eres lo que siempre quise ver en ti. Me lo repetí más de 12 veces mientras conducía y tú como experimentada copiloto me contabas con gestos diversos cómo había sido tu experiencia en el mar en aquellas vacaciones express que decidiste vivir en un otoño que ahora más que nunca era tuyo.


Luego me dijiste que habías echado de menos dormir conmigo mientras me acariciabas el pelo. Mientras tanto fuera, en la autopista, un fuerte vendaval azotaba nuestra marcha y tus manos llegué a sentirlas como brazos brotando muy felices de tu cuerpo chocando como en estampida en mi piel.


Estabas hermosísima y no parabas de gritarme que siempre que nos veíamos, incluso siendo verano, diluviaba.


Paramos a descansar en un pequeño bosque a 600 metros de aquella casa en la que decías, te hubiera encantado vivir para el resto de tu vida, allá en lo alto, con sus amplios ventanales orientados al sur y su chimenea humeante exhalando un vapor vivido dentro. 
Y te pusiste de repente a describirme detalladamente cómo imaginabas decoradas sus paredes, sus alfombras y sus lámparas. Y no parabas de gesticular y de sonreír cuando te decía que sería mejor que te callaras porque se te estaba quedando el cuerpo sin fuerzas de puritito rumor que se te iba por la boca...


Cuando tan sólo faltaban 20 kilómetros para llegar a nuestro destino, una densa nieve empezó a cubrirlo todo. Muy repentina y blanca. Tú mirabas sonriente por la ventanilla mientras yo intentaba encontrar el modo de parar, emocionado sólo con verte. Cuando me detuve, bajaste del coche y recorriste a pie un sendero salpicado de brezo con los brazos abiertos en cruz y las manos hacia arriba, como intentando invocar más nieve y más sonrisa. Entonces te vi venir, rápida, con tu costumbre dibujada en una pequeña canción que tarareabas para llegar hasta mis brazos y envolverme en ti.


Entonces pronunciaste una frase que ni tú te esperabas de ti misma:                    -Miénteme y dime que no me amas-. Y el viento se detuvo y todas las cosas dejaron de girar para concentrarse en tu boca.


Detuviste tu mirada durante al menos 20 segundos frente a la mia. Sabías que no podíamos besarnos porque meses atrás habíamos hecho un pacto, y romperlo en aquellas circunstancias habría supuesto una especie de vida eterna para ambos. 


Estabas feliz. Lo noté en la algarabía de tu cuerpo, en tus ojos brillantes al verme aparecer por aquella esquina para recogerte, envuelto en mi tenue bufanda de punto y mis guantes a juego. Lo noté en tu modo de recibirme, homogéneo y sonriente, lleno de fórmulas locuaces capaces de resolver enigmas múltiples. 
Vestías un abrigo de paño inglés rojo y una bufanda verde a juego con tus ojos enormes. 
Cuando llegamos a aquella casa donde pasaríamos dos noches y un día, entraste tarareando la misma melodía que habíamos cantado durante el viaje y que tantos recuerdos nos traía a ambos.


Recuerdos enfundados en una noche a las afueras de aquel pueblecito al sur, donde tú me propusiste subir a aquel lugar, abrir las puertas del coche y sintonizar aquel dream in a little dream de aquel cd que heredé de un polaco romántico que se había enamorado de Sandra, aquella chica que tanto me ruborizaba. Tú me abrazaste con la excusa de estar feliz y empezamos a bailar       
 mientras te susurraba al oído que eras la pura sucesión de Susana Griso, idéntica y paralela, tanto que incluso algunos curiosos te confundieron y se acercaron a preguntarte.


Aquella noche bailamos sin parar... y tú no parabas de decirme que yo, era lo que siempre habías querido ver en mi y en el mundo. 
Tu lugar al sol. 


Y por eso volviste a repetir la historia, como quien repite un sonido o un esquema, cogiste dos copas de vino y me pediste que te acompañara huyendo del rumor del fuego y de la conversación de los demás. Me pediste la llave del coche para coger tu bufanda y tus guantecitos minúsculos y pusiste a reproducir aquella canción... me miraste, tendiste las dos manos hacia mi y nos pusimos a bailar meses después... 
Parecía que nada había cambiado, como si el tiempo se hubiera quedado detenido en aquel baile nocturno con vistas a la catenaria de luces de aquella ciudad.
Ahora caía nieve y mientras, de fondo, sonaba aquella misma canción favorita... y tú flotabas en el aire describiendo nebulosas con tus zapatitos de tacón sobre el manto espeso y frío.


-Somos dos amantes perfectos- me dijiste el sábado a media noche. Y cada vez que nuestras vidas se cruzan cambia la climatología y la naturaleza. 


Ahora sólo deseo que estés donde estés, vayas donde vayas, continúes tarareando aquella melodía y te mezcas plácida imaginando la nieve sobre tus hombros. Sabes que entre tú y yo no puede existir nada más, ya eres todo lo que queria ver en ti, hicimos un pacto además, se estropearía todo, incluso lo ya vivido. Tú y yo, amigos y amantes para siempre, sin necesidad de nada más. El cuerpo ya lo impide. Hagamos caso al cuerpo...


Aquí dejo tu melodía. Mi melodía. 


-Dale al play nena-.





Reproduzcan el tema, cierren los ojos y déjense llevar. Imaginen su propia experiencia, o imagínenme a mi bailando con la idéntica a Susana Griso. Puede que les resulte bello... Disfruten.
Feliz día a todos. Guárdense del frío y consérvense sin colorantes ni conservantes.



jueves, 5 de noviembre de 2009

Hang Out


¿Lo ves? Te lo dije, si a tí, lector que ahora lees. Ayer te puse pesimista. Y hoy vengo a tu rescate. Toma mi mano. Siento mucho haberte contagiado esta tristeza desorientada.  


Era una tristeza temporal. Aunque queda aún algo de humo en la sala, ya pasó el fuego y, aunque lo arrasó todo y no quedó nada en pie, al menos he quedado con vida para contarlo. Y por eso te lo cuento, ahora, con la mayor rapidez posible.


Ayer estaba dentro, hoy fuera. La vida es así. A penas precipita y uno puede verse en otro planeta, enchufando un brazo articulado en una subestación espacial que ayer estaba a millones de años luz.


Y era eso lo que ocurría... simple y llanamente eso... que me veo fuera y acababa de deshacer las maletas. No me ha dado tiempo ni a sacar los zapatos (que suele ser lo último más al fondo a la derecha en la maleta).




He tenido que hacer las maletas porque donde me hospedaba han cerrado por motivos personales. Ya sabes lector, por motivos y por personas.


Y ahora estoy en una carretera secundaria, con una maleta recién, caminando hacia el norte, como siempre. Y dejando atrás el leve resquicio de luz. 


Ya no me invade esa tristeza momentánea. Ahora me ha quedado la sensación de una resaca vespertina. Hay nubarrones en la frente, pero se van disipando.


Para mañana, mejorarán los cielos y no se esperan precipitaciones.


Ahora me toca sonreir y olvidar. Olvidar porque en cierto modo se me ha obligado a hacerlo. No hay problema. Todo se consigue con tiempo y océano.


Estés donde estés, hagas lo que hagas, pienses lo que pienses, sea bueno o malo, nunca pierdas el tiempo. Ahora te toca sonreir querido lector. A ti también.


Gracias por vuestros mensajes de apoyo. Aunque no os conozca a muchos de vosotros, conseguís hacerme llegar siempre ese halo de buenaventura.


Un fuerte abrazo. Feliz noche. Descansen.




adiós


Sentir el daño express. El desgarro. La precipitación unida a este regreso del frío casi polar, del adiós de éste verano prolongado en el tiempo, frio, que genera una hendidura donde ahora todo es gris bufanda alrededor de un cuello, gris nube tóxica que gira y gira dando vueltas a un planeta que ya no es tuyo ni mio.


Parece como si hubieramos cambiado de mes y de planeta, de fecha, de celebración incluso. Hemos ubicado la fiesta del color y la algarabía en el modo catarsis y ahora me siento transfronterizo. Todo al mismo tiempo. Me siento aquí y allá,  dentro y fuera, vivido y desvivido... como generado a veces por una discordia voraz que por momentos me consume.


Me siento vacío. 


Me ocurre cuando no comprendo lo que me rodea. Cuando de repente se me dice que tengo que dejar de celebrar que ahora ya todo era democracia desde que te conocí. Me ocurre cuando todo alrededor cambia con brusca tendencia a lo ya no infinito. 


Larga y tendida soledad momentánea. Es como degustar un caramelo. Pronto se acabará. Llevo demasiado feliz durante 30 días. Sonriendo a cada instante, generando remedio para la risa, inventando cosas que despierten la risa sin más, la curiosidad del que mira... y cuando más lejos veía éste estado de profunda suspensión, atraviesa la esquina y me disfraza dándome eterna desventura.


Hacía tiempo que no me sentía triste. En el fondo es algo positivo, inmiscuirse en una tristeza que brota desde dentro, no elegida, sino que trasciende por un momento. Uno llega a sentirse como inhalando césped, levitando de espaldas sobre un amplio prado verde. Se escuchan cosas más en escala menor, como si todo hubiera adoptado una paz y una calma inesperada. 


Es la imagen de la desolación, de las trincheras a medio cavar, de los pastos exhalando los últimos destellos de humo y fuego. Alrededor no hay nada, solo una única pista: un sol de justicia que lo ocupa todo, duro y radial, cenital y exacerbado, que difunde las mentiras y las excusas.


Porque en el fondo, has elegido volver a tu vida anterior. Y yo, hoy más que nunca, tristemente, no soy nada anterior.


Duerman y descansen. Mañana el día será diferente, estoy seguro de que si.
Ánimo a los alegres, consuelo para los tristes. 

martes, 3 de noviembre de 2009

Los mosquitos nunca duermen




Salimos a la calle y en primera estancia observamos el resplandor de las voces al anochecer, cuando los circos encienden sus bujías en los descampados y los vagabundos silban a los viejos caballos de madera que giran en los carruseles. Ahora recordaba las sábanas. Sábanas de voces en la escritura de mi corazón. Desconocidas, piadosas, azules sábanas bajo la lluvia y los números de la suerte. 




Regresamos pronto al hotel, acatamos la visita como breve por el inmenso frío y la nieve que comenzó a aislarnos y nos dificultó la vuelta por calles que ya no eran iguales, la nieve lo había cambiado todo.

Creo recordar que mi madre también impregnaba en su cuerpo un cierto aroma similar, aroma de coco.

Los caballos, la niebla, las tazas… aquella mañana éramos como dos bombillas, con el vaho débil subiendo por las mejillas hasta las cejas… una vez allí, pudimos habernos consumido, tú te olvidaste de los focos y los haces, y yo miraba a aquel quinteto de cuerda sobre aquellos adoquines rojos donde se te antojó recordar el amor…



Nos conocimos en un paso a nivel…[...]


Fragmento de la novela que escribo a ratos cuando puedo... realmente me gusta esto... es un fragmento bello... me hace imaginar... 



lunes, 2 de noviembre de 2009

arandanos juice







Es la sensación que me define: Color.


Hay color por todas partes.


Color vivido con una algarabía precoz impregnada por todo el entorno y que me entusiasma. Siento como una especie de arcoiris muy reciente y disperso. Porque a lo lejos huele a tierra mojada, huele a ti y hay un sabor muy propio en los labios, un sonido a felicidad constante y una especie como de ansiedad por llegar pronto a todos sitios y encontrarte en todos y cada uno de ellos, en modo semiautomático, sonriendo. Es como un potentísimo haz de luz que lo ilumina todo y genera múltiples distancias. Como, por ejemplo, la que hay entre tu boca y la mía cuando me miras, cuando te acercas, sigilosa, así, más despacio... la geometría de tu cuerpo paralelo al mío, mientras consigues que atraviese desiertos sin ni un sólo atisbo de sed por minúsculo que fuese. Dime... ¿qué te ocurre cuando está tu cuerpo tibio reposando sobre el mío?. Tu piel consecutiva, la prolongación de mis manos formando un ramillete extendido como masa de un protón sobre tus manos radiofónicas... suaves...


Cuando te vi, así tan repentina caminando hacia mi, sentí por un momento que podría pasarme amaneceres enteros mirándote mientras duermes... oliendo tu respiración a un solo centímetro de mis ojos. Mirarte y descansar. Sentir la paz dosificada de tus ojos... de tu boca... vivir un poco de la temperatura constante que irradia tu cuerpo, de la proporción áurea de tus manos sobre mi rostro... y dejar caer mis labios lerdos sobre tu espalda imaginaria.
  
A veces, mientras estaba tu cuerpo a varios centímetros del mío, sentía una especie de electricidad inducida, la breve tensión in extremis generada por un deseo múltiple de encontrarte siempre cerca... Si te abrazaba, intuía que, por momentos, perdería la noción del tiempo y del espacio. Abrazarte sin embargo fue dejar de sentir el mundo alrededor, como invocando a una serie de universos donde sólo estabas tú, perdí en efecto, todo contacto con lo vivido y lo deseado.  


Ahora es como que prefiero vivir la vida desde tu sonrisa, atarme de pies y manos y saltar a ese mar producido por las muecas de tu boca mientras te hablo y te diviertes.


Estás aquí.


Has entrado y has dejado la puerta abierta a huracanes y mordiscos que no paran de atacar mi estomago con punzantes vaivenes de sospecha y contención.
He profanado mi más oscuro deseo para dejar que andes y pisotees mi estabilidad... yo que creí cerrado el umbral de mi locura.
Hemos decidido por una unanimidad en asamblea coronaria...poner el bay pass en stand bye y el contador avanzando lentamente para que así nos dejemos llevar siguiendo sendas inspiradas en tu forma de cruzar las piernas.
Hoy sin apenas rozarte...te echo mas de menos que de mas... Pero eso debe equilibrarse y por eso vomito mi locura ventricular en este espacio incierto donde mis palabras vuelan y alguien las contempla desde un escenario mientras se canta una ópera cerrada que dice así:


- Todoooooooooo hueeeeeeleeeeee aaaaa aráááááándanooooooooooos. En Re menor.






Descansen... gracias por sus mensajes, son muy amables. 

viernes, 30 de octubre de 2009

Mariposa en portugués es Borboleta








Recuerdo aquella noche de abril en aquel cuarto piso en Milton Park, al norte de Londres.


Eran alrededor de las nueve de la mañana y el teléfono me despertó con su metálico sonar. No había nadie en el salón, aunque si quedaban restos de la fiesta de la noche anterior en forma de vasos, un par de botellas vacías y algunos libros, mi guitarra y tres cds, todo esparcido por doquier, como cadáveres exhaustos de una legendaria batalla campal de versos y lecturas, de audiciones y comentarios diversos entre la chica de Queensgate Road, las diferentes deidades que llegaron y se fueron, y un servidor, que agotado, confuso y con un terrible dolor de cabeza, contestaba mecánicamente que no a todo casi sin inmutarse.


La chica de Queensgate Road era Milena, vamos que se llamaba así, Milena Linopova. La improvista chica bielorrusa de tez blanca y ojos muy de superficie marina. 


Dirigía un pequeño periódico en Pinsk, muy al sur de Bielorrusia, casi haciendo frontera con Ucrania.
Era inteligente y voraz, hablaba el inglés con una soltura extraordinaria, aunque a veces se solapaba en su discurso una pronunciación un tanto raquítica venida de su lengua nativa con un uso excesivo del paladar en las consonantes.


Su discurso era muy nasal, y todos quedábamos en silencio cuando su voz surgía de entre el murmullo enmascarado semiembriagado, porque ella disponía de una significativa emoción en los gestos con la boca. Su abuelo era un francés con muy malas pulgas, y su padre había trabajado en Polonia durante 4 años, en una fundición. No recuerdo en que ciudad pero sé que muy al norte. 


Ella adoraba el arte. Y aunque lo desconocía casi por completo, decía que veía en las formas y los colores un mar donde dejarse llevar. Decía que los colores opacos y oscuros en las obras, la engullían como una especie de torbellino raramente inspirado, y que los colores brillantes y felices le causaban tal estupor que podían llegar a contagiarle incluso berborrea precoz y sentimentalismo.
Tenía 26 años, yo 22, y fue a besarme el día que menos me lo esperaba. Estábamos viendo todos una exposición en la Tate Modern y yo me dirigía hacia la estación de metro de London Brigde. Ella me llamó, me di la vuelta, y cuando quise darme cuenta la tenía a 20 centímetros de mi rostro. 
No pude evitarlo, porque creo que me asusté tanto de verla tan cerca que no reaccioné.
Pero no le dí importancia. Ella me miró aquella noche como esperando una respuesta. Una respuesta que nunca le dí. Creo que a día de hoy ni tan siquiera encuentro una respuesta para darle...
Aquello fue un encuentro sin previo aviso, no hubo nada más, todo terminó mucho antes de que comenzara incluso. 




Muchos días nos reuníamos para cenar Edouard, que era una especie de Billy Elliot promiscuo muy venido de la Bretaña Francesa. Edwin, que hablaba de las pericias de su padre, un noble y rudo carpintero alemán cuya única valerosa hazaña era reunir a toda su familia en Navidad y regalar a todo el mundo un huevo de madera que nunca lograba quedarse en pié, borrando así toda historia concupiscente de Colón y aquel huevo demostratorio.


Después más a la derecha estaba Liss, la reconocida concubina de la sala, la amante de todas mis cosas, la que siempre me fotografiaba con su cámara obsesiva analógica. Llegó un momento que ya no sabía qué decir ni cómo ponerme, porque aparecía en su vida de manera regular, una foto aquí, otra allá. Decía que le encantaban mis rasgos, que era un poco judío, y que ella encontraba sensualidad.


Entre tanto, un día me enteré en una cafetería cercana a Trafalgar Square, de que Caroline, una chica francesa con la que compartí tareas de trabajo en una floristería, tenía una enorme depresión y no salía de casa ni hablaba con nadie.


Caroline era la chica francesa más bella que jamás había conocido. Aún no he vuelto a conocer a otra francesa como ella. Tenía un rostro menudo y brillante, era enérgica, se reía tanto que había tardes que la añoraba cuando no estaba con ella.
Era todo lo que cualquier persona hubiera querido ser en un crudo invierno en Londres. Pudimos habernos liado no sé cuantas veces... pero nunca pasó, porque Caroline, aunque era bellísima y simpática, no llegó a convertirse en un deseo para mí.


Siempre que la veía por el barrio, iba bebida. La acompañaban sus amigas. Pero como pasaba por la puerta de mi apartamento llamaba y me hacía bajar para que yo la acompañase el último kilómetro hasta su casa.
Lo mejor de todo es que llamaba, yo cogía el telefonillo y decía: Alo?


Y escuchaba un discurso en francés a las 2 de la mañana que, evidentemente no entendía. Me ponía el abrigo, me enfundaba los zapatos y me bajaba para acompañarla... 
Todas esas veces quiso besarme, tiraba de mi mano para que subiera a su apartamento, me abrazaba (escurriéndose por mi cuerpo), como si fuera una muñeca de trapo...


Cuando me enteré de que tenía depresión, me fuí a una floristería y compré una flor de Lis (a ella le encantaban).
Y me planté en su apartamento. Llamé y no contestaba nadie. Asi que me fui a una cabina telefónica y llamé. Me respondió. Le dije que me abriera la puerta, que le traía un fromage francés.


Se rió. Asi que colgué y me fui de nuevo. Cuando entré me di cuenta de que estaba todo gris. Todo colocado igual, muy limpio... excesivamente limpio. Limpio de todo. De recuerdos, de noches vividas alli, de historias contadas...ella se abrazó a mi y comenzó a llorar. Me dijo te quiero y muchas cosas así de banales. Yo me fui levantando persianas una a una, abriendo cortinas y ventanas, dejando paso a una luz que parecía no haber entrado alli desde hacia muchos meses.


Le cambió la cara, tomó color y accedió a ponerse un vestido para recibirme.
Después la engañé y le dije que estaban haciendo un chocolate exquisito en la acera del puente de Westminster. Asi que salimos. Paseó, hablamos de muchas cosas, de como hay que reirse, de cuando, y de por qué.


Ella me agradeció la visita mil veces aquella tarde.


Después, a lo lejos, no quise decirle que a los dos días me irá de alli porque regresaba a España.


No he vuelto a saber nada de ella... solo espero que nunca más llore como lloró aquel día que, no sé por qué, decidí inundar su casa de luz y sacarla de aquel sepulcro mental que no la dejaba ver más allá de la tarima flotante...


Solo espero que todos, incluida la mujer que nos vendió aquel caramelo delicioso en Picadilly e incluso la chica que me dió un folleto en la Galería de Arte, todos, incluido Bill el americano mas loco que he conocido jamás y que era mi vecino... espero que estéis donde estéis, os encontréis sonriendo  tal y como os conocí. 
Sed tan felices como os abarque el entendimiento...


Feliz noche...















De repente siento que se ha hecho un silencio en las cosas



miércoles, 28 de octubre de 2009

Dormir juntos si








Como decía aquella canción de John Paul Young, "love is in the air".
Y es irremediable a veces contener la prisa de la boca, la que te lleva a pecar como una enredadera, a decir cosas que no debes, a vendimiar un tal vez mientras decides si tu vida es lo que tu siempre quisiste que fuese.


Ver más allá del plural, contener tu mirada en un vaso, aligerar la marcha, vivir en modo catarsis, interpretar modos de concebir el mundo en pompa, adolecer cuando la hierba pase de sólido a líquido y bañarse al menos una vez al año en un océano que quede muy lejos de tu casa y completamente desnudo.


Hace tiempo que no duermo junto a alguien. Y dormir junto a alguien es como morir momentáneamente junto a alguien. Aunque no es del todo cierto que uno muera porque no se mueva ni vea.


Cuando se duerme junto a alguien se siente un alfabeto en modo multicolor. Los sentidos se quedan despiertos para sentir con acierto esa piel ajena y suave que reposa sobre la tuya propia, o ese pulso respiratorio continuo que mece la tranquilidad de sentirte cerca como conservada en pequeñitos frascos de sueño inhabitado...


Cuando uno despierta a media noche y siente a la otra persona cerca y tibia, tiende a acudir, como si fuese su península, y adorarla en ese estado nupcial de duermevela. 
Introducir la nariz entre su cabello y vivir un poco sintiendo la longitud que hay hasta el punto más lejano del universo sobre tu cabeza. Es más bien fértil buscar su mano entre las sábanas y contar sus dedos una y otra vez. Sentir un pequeño tic en su pie derecho y notar una lucidez en los espasmos. A veces que me aprietes la mano tan suavemente que me sienta como flotando indigesto sobre el techo de un vagón express con destino Susan Sarandon. Otras veces, el cuerpo se queda dormido y genera un hormigueo que termina por saciar las pocas horas lúcidas que tuviste antes de jugar a lo que el viento se llevó.


Imagínate que hay una escena en la que te digo: Envuélveme please. Y se cierra el telón...

















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