viernes, 2 de octubre de 2009

La vida que nos queda



El ser humano es reincidente casi por naturaleza. Incide y reincide perspicazmente en los asuntos más dispares que acontecen en su vida más próxima y a veces también en su vida más lejana.


Hay una historia que nunca conté, bien porque intuía falta de luminiscencia en los contrastes, o bien porque simplemente llegó un momento en el que la vida más mia se me vino acumulando con tintes de privacidad poco sostenible y perdí un poco el rumbo locuaz de las formas de concebir el mundo que me rodeaba.


Los amores vividos son como un postre fraccionado en partes iguales, olvidado más bien sobre una mesa conteniendo un blanco mantel de gruesa urdimbre muy expuesto al sol.


Recuerdo que una vez mi amigo Marco se enamoró de una tal Cindy, una americana muy rubia procedente de Illinois y que tenía un acento un poco raro y tímbrico. Fuimos a Marruecos porque teníamos que fotografiar los barrios altos encalados en cal de pigmentos muy brillantes porque a Marco le fallaba ultimamente mucho el buen gusto y adolecía de una falta de sensibilidad evidente.


Íbamos cruzando el estrecho en Ferry. Creo que serían las 7 de la tarde de un mes de mayo muy tórrido. Yo escribía sentado en la popa y a lo lejos vi a Marco coger su cámara y apuntar a aquella enorme rubia muy desproporcionada que ahora estaba asomada al borde a estribor. 


Marco hablaba muy mal el inglés, decía que porque su lengua era torpe y no le acompañaba en la pronunciación. Entonces lo vi ponerse en pié y acercarse a la impávida Cindy. Le pidió que le dejase tomar una fotografía. Había una luz excelente, muy almibarada.Y el viento era continuo Se escuchaba muy de fondo el mar y aunque no había inmensidad suficiente, por un momento sentí que la tal Cindy, Marco y yo estábamos solos en aquel diminuto punto del planeta.


Cindy llevaba una bufanda de hilo muy fina y roja. Llevaba unos zapatitos cortos de ante a juego y una camiseta blanca muy a juego con su piel.


Luego Marco, de camino al hotel, se encargó de inventarse complementos de la tal Cindy, como que tenía el cabello más dorado que un campo de trigo castellanoleonés o que sus ojos eran como dos melocotones.
Luego la tal Cindy resultó ser nieta de un famoso controlador de la NASA que había cenado varias veces con una sobrina segunda y lejana de Kennedy, el presidente. Y que tenía una marca en la nariz producto de una caída en el Cañón del Colorado en una de sus excursiones-picnic con su abuelo cuando solo contaba 6 años. Y una mancha de nacimiento en el pie heredada de su abuela paterna que había sido bailarina en escuela de danza de Boston dirigida por un famosísimo bailarín clásico con el que tuvo un idilio del que nació su tío Eliot.


Marco adquirió una destreza muy olvidada en sus gestos. Empezó mirarla fijamente, se abstraía, pensaba en cosas vividas, se quedaba en blanco, absorto y perplejo mientras yo le hablaba de ir al mercado para tomar unas fotografías en movimiento.


A penas se atrevía a distinguir la mañana de la tarde, veía luz por todos sitios. 
Siempre deseaba llegar al hotel y bajar hasta la jaifa para tomar té inmiscuido y sentar a esperar hasta verla regresar de sus largas excursiones.


Cuando ella entraba bajo los arcos estucados todo ensordecía, y Marco resucitaba a base de espasmos. 


Se obsesionó tanto que no me dejó dormir ni una sola de las 3 noches que allí estuvimos. La ultima noche Cindy se acercó a la mesa y charlamos distendidamente durante unas 2 horas. Marco casi no hablaba, solo la observaba como si observara mirando por un agujero en una puerta. Ella parecía no notar nada, hablaba y hablaba sin parar. 


Al final me dijo que se iría esa misma noche a Argelia. Marco como no estaba en la conversación, no se enteró de nada.
Solo le dije: Vámonos Marco, tenemos que fotografiar desde el alto. El me dijo que esperara un poco más. 


Tiré de él y conseguí sacarlo de allí antes de que la teína consumida por tan larga espera le absorbiera el sueño por completo.


Al regresar, Cindy ya no estaba.


Y Marco parece que esa noche durmió y yo también al fin... 


Le dije que Cindy era lesbiana.


Él se lamentó y relató hasta que el sueño se apoderó de él.


Al día siguiente buscaba a Cindy por todos los rincones de su memoria mas inmediata. 

A mi me pasa algo parecido con la química y la risa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dia tras dia...publicación tras publicacion...me sorprende mas tu imaginación. Eres único Sobrino!:-)

Saludos

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