lunes, 19 de octubre de 2009

sentirse pequeño | sawing stars


A veces, y sólo a veces, cuando la noche cae y no se hace el plenilunio constante, se ven las cosas más simples y más complejas a la vez. Hay como un estallido de lo más diminuto y pequeño que acaba por transformase, de repente, en una grandiosidad latente hasta en los párpados y en las copas. 

El silencio lo engulle todo y se apodera hasta de la última estancia desde la que observo, absorto, todo aquello puestecito ahí arriba como para que alguien venga a contemplarlo sin cansarse.

A Margarita Rodeaux, aquella mujer cóncava francesa que conocí en el verano de dos mil seis le encantaba también detenerse a contemplar el universo al menos dos veces por semana, y a Adolfo el Casquero de Chamberí al menos tres, a Silvia Numberg y a Marcela Rodriguez, jóvenes amantes de lo que un día compartimos sin ánimo de lucro, todos los días, desde las cero cero exactas hasta bien entrada la noche.

Yo contemplaba lo que los demás contemplaban. Veía lo que los demás veían, pero sentía bien diferente. Conectaba una luz con otra, un destello con otro. Las formas se inflamaban adoptando una intensidad luminiscente y los cúmulos a veces me causaban incandescencia. Pensaba en cosas que nunca hubiera pensado de no haberme postrado allí como un lemur cansado de una vida de árbol en árbol. 

Las vidas vividas en cada lugar desde el que contemplé lo visto desde arriba no eran más que un ramillete de consonancia advertido por dos amantes que se besaban hasta en las repisas de los conventos. Tuve una dosis de planeta rojo en mi tupida boca, y digamos que eso es mucho teniendo en cuenta que no sé quien eres. Y sin embargo llenaría tus noches de orgasmos enredando mis dedos en los tuyos bajo la almohada, y que al fondo de la ventana, como un yogurt, se vean cáscaras volátiles con sabor a frutas del bosque.

Desliar la manta y encontrarte acurrucadita ahí, como una esperanza nueva, con tus ojos muy pequeñitos reflejando el amor que me debes. Adorarte con mis brazos y proporcionarte un calor muy tuyo, y que sientas como todo aquello de ahí arriba te pertenece casi al completo, como un todo que se porciona en partes tan simples que yo puedo dártelas con un zumo recién exprimido de naranja en un desayuno express que te llevo a la cama justo cuando el sol empieza a llamarte para que, con discordia, me mires y generes un imperio que me absorba como un agujero negro y me haga dócil con tus cosquillas.

Quisiera verte girando girando y mirándome mirar, porque es cierto que bailas, como quien respira.



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