martes, 3 de noviembre de 2009

Los mosquitos nunca duermen




Salimos a la calle y en primera estancia observamos el resplandor de las voces al anochecer, cuando los circos encienden sus bujías en los descampados y los vagabundos silban a los viejos caballos de madera que giran en los carruseles. Ahora recordaba las sábanas. Sábanas de voces en la escritura de mi corazón. Desconocidas, piadosas, azules sábanas bajo la lluvia y los números de la suerte. 




Regresamos pronto al hotel, acatamos la visita como breve por el inmenso frío y la nieve que comenzó a aislarnos y nos dificultó la vuelta por calles que ya no eran iguales, la nieve lo había cambiado todo.

Creo recordar que mi madre también impregnaba en su cuerpo un cierto aroma similar, aroma de coco.

Los caballos, la niebla, las tazas… aquella mañana éramos como dos bombillas, con el vaho débil subiendo por las mejillas hasta las cejas… una vez allí, pudimos habernos consumido, tú te olvidaste de los focos y los haces, y yo miraba a aquel quinteto de cuerda sobre aquellos adoquines rojos donde se te antojó recordar el amor…



Nos conocimos en un paso a nivel…[...]


Fragmento de la novela que escribo a ratos cuando puedo... realmente me gusta esto... es un fragmento bello... me hace imaginar... 



1 comentario:

MandarinaAlizarina dijo...

Imagina siempre tan grande, que a mí me hace palpitar..

..Beso

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