jueves, 9 de julio de 2009

La risa de Dorian

En días como éste recuerdo a Dorian.

El día que conocí a Dorian un fuerte viento huracanado azotaba Madrid. Recuerdo que hacía un viento tan fortísimo que dolían los ojos en las bocas de metro al salir, y se hacían remolinos con hojas secas de la calle en los túneles. El frio era inquietante, y el viento hacía que se calara por entre los huesos entumeciendo el sentido de la marcha y del entendimiento. El cielo estaba enrarecido con una sólida capota muy gris que amenazaba con envestir más y más frio con el paso de las horas.

Era febrero y como en los últimos 2 meses yo iba a hacer un monólogo de humor, como cada viernes, al Búho, un pub store muy chic en la zona de Noviciados que regentaba un tal Eric que era un rudo vasco de 40 años y que amaba las rutas verdes de Tudela a Tarazona. Me invitó a ir unas 4 veces a hacer la ruta, como siempre le decía:- Cuando tenga tiempo-, pues ya no me lo dijo más.

Cuando terminé mi actuación, como cada viernes, me sentaba con Pedro a tomarme un ron. Entonces hablábamos de cosas no menos importantes como el dolor de las cosas y de sus prácticas en la medicina, sus amores ilógicos y su verborrea por conservar la vida sin decadencia. Entonces se acercaron 2 chicas justo al lugar donde estábamos sentados. Una de ellas dijo:

-Hola, perdonad, ¿está ocupada esta silla?

-La miré y le dije: No no, puedes llevártela.

Y parece que decidió no llevársela. Se sentó y le dijo a su amiga que tomase asiento.

Su amiga era Dorian, que aún no había ni articulado palabra y se veía envuelta en una nueva situación.

De primeras era tímida Dorian. Una chica de 20 años que venía de la Pampa Argentina, como ella decía con su acentito muy delicado y pulgarcito, fino y suave, rápido y muy enérgico. Era muy sensual y bella, y sobre todo daba la impresión de ser feliz. Tanto que de hecho Pedro y yo nos miramos mutuamente como pensando en bajito que aquello era una buena noticia.

Por entonces Dorian estudiaba medicina en la facultad de Alcalá. Iba y venía todos los días y se encontraba con Susana en Avenida de América para tomar el bus que las llevaba hasta 100 metros más abajo de la facultad a eso de las 8:20. Los viernes tenía prácticas de anatomía hasta las 3 y después ambas iban hasta allí, dos calles más abajo para tomar clases de piano con una repipi de 50 años que por lo visto era una prima lejana de su madre y que había emigrado en los años 80 para trabajar como pianista en un hotel de Granada. Ella se reía cuando yo le decía que era prima lejana porque vivía de su madre a más de 8000 km de distancia.

Hablamos durante 2 horas. Yo tuve que dejarles porque a la mañana siguiente había quedado con Carlos para visitar una exposición de arte contemporáneo en una galería del centro.

Así que me levanté y le di un beso a Pedro, otro a Dorian y otro a Susana. Entonces Dorian, que había hablado no mucho me preguntó: ¿Ya te vas?.

Le dije: sí, lo siento. Ha sido un placer.

No imaginaba que ella había escuchado mi plan mientras me despedía. Había dicho datos de dónde iba.” Galería, arte contemporáneo y centro”.

Yo me marché. No pensaba en otra cosa que no fuera el implícito frío que volvía a sentir en mi rostro, que terminó por entumecerme la punta de la nariz y los dedos de los pies. Ahora ya había luces en la calle, y se había hecho de noche casi de una forma automática.

Había quedado con Carlos en la puerta de la galería a eso de las 10:00. Él ya me estaba esperando porque venía de ver a su novia que estaba trabajando en un restaurante 4 calles más abajo.

Entramos en la galería y empezamos a ver y compartir opiniones. Ambos estábamos entretenidos y concentrados en la causa. De repente, cuando llevaba allí 20 minutos escasos, alguien se me acercó por detrás y me dijo: - Al menos ya sé que no eres un mentiroso-.

Ni por asomo pude imaginar que sería ella, que ella hubiera tramado un plan siguiendo mis escuetas indicaciones a Pedro de mi posterior plan matutino. Pero sentí su acento seguido de su aliento que me daba en el cuello y no tuve ni que mirar atrás para estar convencido de que era ella. Entonces respondí:- Al menos sé que eres un tanto alcahueta.

Ella sólo sonrió y me preguntó: ¿qué tal?¿te gusta la exposición?

Le dije:- Sí, claro, ¿Cómo no?-

Ella me contestó muy rebelde: -Pues todos ellos son míos, porque los voy a comprar todos.

Yo me reí casi inmaculado. Ella le estaba poniendo mucha cara a la conversación, pero no era en absoluto desagradable, era mística, muy directa, divertida…

Yo entonces le dije:- Gracias por el aviso, te dejo entonces, ¡voy a verlos todos antes de que te los lleves!

Entonces seguí viendo cuadros ajeno a que ella me perseguía un poco por donde yo iba. Cada vez que se dirigía a mi era como si lo hiciera en secreto. Se ponía a mi lado y me hablaba casi sin gesticular, mirando hacia otro lado. – ¿Oye y si quedamos después de salir de aquí?

Yo le dije:- Ni lo sueñes, no pienso estar cargando cuadros toda el día para que después tú te los lleves a tu casa.-

-Pero me ha dicho el comisario de la exposición que tú estas incluido en la compra, o sea que te vienes a casa también, aunque debo decirte que no tengo pensado un sitio donde colgarte…-

-Me impresionas ¿Dorian no? ¿Porque te llamabas Dorian?.

-Me llamo Dorian si. ¿Qué te impresiona Sobrino?¿Porque te llamabas Sobrino no?

- Me llamaba y me llamo si. Y lo que me impresiona es que me hayas conocido hace 3 horas y ya estés deseando colgarme y encima en tu casa… cualquiera diría que vienes de una mafia del Sudeste…-

Ella carcajeó, pero antes mientras le hablaba había abierto los ojos convirtiéndolos en una especie de planetas azules y muy redondos, y había abierto la boca como sorprendida. Entonces me dijo: - Ok, ya sé dónde encontrarte todos los viernes. Y además tu amigo Pedro anoche tuvo algo con mi amiga Susana, por lo que es probable que en cuestión de minutos me llegue tu número de teléfono. Te llamaré para que me ayudes con todos estos cuadros-.

Ella se fue retirando poco a poco de la sala. Yo me quedé igual que estaba, no sé, aquella mañana todo parecía haber cambiado de lugar y el río me había entumecido hasta el entendimiento.

Al viernes siguiente yo recordaba a Dorian porque me había escrito un mensaje en el que me decía: -Querido humorista, estoy deseando ver qué monólogo me hará reír este viernes… Te veo mañana-. Yo iba andando por el Retiro, eran las 9 de la noche y en cuando recibí el mensaje. Me gustaba cruzar el Retiro a pié para después subir hasta Tirso de Molina y coger allí el metro que me dejaba después de 1 transbordo en mi piso al norte de la ciudad.

No le contesté. Estaba concentrado en llegar a casa y tomarme un té que había traído Pedro la tarde anterior diciendo que era “la ostia de los tés, el rey de reyes, puritita delicia grass.

Pero allí estaba el viernes a las 22:00, sentada con Susana en una mesa pegando al diminuto escenario al fondo de la sala.

Eric me presentó aquella noche como un gallego, que había estado perdido en la luna, 9 semanas y media, y que como Cristo había resucitado a la atmósfera y me había presentado allí.

Era mi actuación estelar, sabía que lo sería, presentía un don de planetas alineados esa noche que me harían superar metas. Había elaborado mi primer monólogo con acento gallego. Me hacía pasar por un tipo al que no lo importaba nada, que iba a lo suyo y que era tan soltero que había perdido la noción de las cosas más simples de la vida cuando observaba lo que hacían los demás.

Yo miraba a Pedro. Cuando Pedro bebía poco significaba que la cosa iba bien. Aquel trabajo no me había dado ningún problema. Tenía cara para eso y para más. Acaso un puñado de 60 personas no iban a hacerme pasar vergüenza y los monólogos estaban muy bien meditados para que no fallaran. Tenía 6 días para preparármelos, el mismo tiempo que necesitó Dios para crear el mundo, así que no había miedo, todo era bíblico. Elegía temas con los que el público se sintiera identificado y siempre conseguía sentirme cómodo en el escenario. Nunca tenía prisa, siempre era paulatino el crecimiento en mí mismo. Dorian tenía una risa muy delicada. La ví reírse al menos 23 veces. La gente aquella noche estaba muy animada, no hacía tanto frío y el cálido ambiente se hacía notar llegándome ráfagas de aire muy caliente que me alentaban.

Cuando terminé un gallego vino a preguntarme que de qué parte de Galicia era. Yo estaba pensando en mi Ron y le dije que de Ginzo de Limia. El me dijo enhorabuena paisano y accedió a invitarme a una copa. Yo le dije que era demasiado tarde y que tenía que irme a dormir. Así que lo dejé allí con otras gentes.

Cuando llegué a la mesa Pedro salió como siempre a darme un abrazo. Pedro siempre me daba ánimos después de actuar porque sabía que antes no podía ser nunca. Antes de actuar nunca veía a nadie, quería estar solo y llegar con la hora muy justa.

Entonces Eric se acercó y traía mi dinero. Junto al dinero dejó una nota en la que decía:

- No entiendo cómo eres tan bueno haciendo reír y tan malo con las mujeres-.

Entonces recuerdo que miré a mi alrededor y vi a Dorian mirándome mientras reía. Le dí la nota a Pedro y le dije:- Toma, esto es para ti de parte de Susana-. Como si conmigo no fuera la cosa. El pobre Pedro había cargado con una nota que no era para él…

Entonces Pedro se levantó y fue a la mesa donde estaban Dorian y Susana. Susana lucía un conjunto muy alegre aquella noche. Era muy sencillo, y de colores muy vivaces. No iba con su forma de ser, porque ella hablaba mucho pero tenía un lado oscuro y extraño que sin embargo Dorian no tenía.

Cuando Pedro llegó a la mesa, le pidió explicaciones a Susana sobre la nota. Dorian se reía ahora muy agitada. Y me miraba y reía más y más. Entonces se levantó, tomó su copa en la mano y vino hasta mi mesa. –¿Puedo sentarme?-

Le dije, -Si claro, yo ya me iba-.

¿Bromeas? Oye… ¿tú estas casado o algo? Porque no es normal que me rechaces tanto. ¿Me tienes miedo?.

Yo me sonreí y le dije:- Chica, solo hay una cosa en este mundo a la que yo le tengo miedo y te aseguro que no eres tú-.

-¿Ah no? ¿Y a qué le tienes miedo tu a ver?

-Al aceite que salta de la sartén cuando frío un huevo frito… eso me aterra… es superior a mi… de hecho si en el Sexto Sentido el niño friera un huevo yo me moriría del miedo…-

Ella rió. Y me dijo que por qué no nos íbamos de allí. Yo le dije que mi madre me había enseñado a que con extraños no podía salir así como así y menos en una ciudad tan grande.

¿Pero ya eres mayorcito para seguir consejos de tu mamá no?

Yo le dije:- No sé/no contesto-.

Entonces ella me dijo que tenía una sorpresa guardada para mi, pero que por motivos de seguridad no la había llevado hasta allí. Y que era el motivo por el cual tenía que salir con ella para que ella pudiera dármela.

Entonces accedí, y le dije que las sorpresas me encantaban. Pero que como no me gustase tendría un serio problema. Yo no era un chico de esos que pierden el tiempo en recorrer la ciudad para perseguir una sorpresa que después terminará por no gustarme.

Ella me dijo que si esa sorpresa no me gustaba, entonces el que tendría el problema sería yo.

Y tenía razón… porque me llevó por maravillosas calles de Madrid hasta su casa, donde vivía. Era un ático muy pequeñito y muy caro al sur de Madrid. Tenía 28 macetas y había una luz muy tenue y muy cálida por toda la casa. Ella tenía el don de la hospitalidad y me llevó hasta la terraza. Allí vivía con Susana. Lo supe porque ví tendido en una cuerda el vestido que había llevado el viernes anterior al Búho, justo el día que tuvo algo con Pedro horas antes de mi visita a la exposición con Carlos.

En la terraza había dos hamacas de madera, una botella de cava barato muy seco y delicioso y un libro de cocina de diseño de escasas 40 páginas sobre la espuma de una de las hamacas.

Las vistas eran espléndidas y creo que me quedé como contagiado y parado cuando vi la ciudad casi entera a mis pies, en silencio, rodeado de una vegetación inusual, de un hogar muy enigmático, lleno de libros y de huesos de plástico esparcidos por el salón con anotaciones con post-its fluorescentes que hablaban de posiciones y dogmas del cuerpo humano y la medicina.

Todo era breve en aquella casa. La luz, las anotaciones, el salón que aunque pequeño estaba muy bien administrado… pero la terraza era todo menos breve. Se extendía algunos metros más allá y estaba muy bien situada. De hecho Dorian decía que ella se imaginaba el mar siempre que quería ubicada allí.

Me pidió que descorchara la botella de cava porque ella no encontraba fuerzas con las manos tan frías. Yo le dije que se pusiera los guantes. Ella me dijo que el vidrio no podía tocarse con guantes.

Allí le pregunté que dónde estaba mi sorpresa. Ella me dijo que aquella era la sorpresa con cara de sorprendida y un tanto molesta…

Entonces le dije que quitase esa cara de escaparate veneciano porque no era nada hospitalaria. Entonces sonrió y sentí que era hora de reconocer que sin haber hablado no más de 100 palabras con ella había conseguido darme una de las más maravillosas sorpresas tenidendo en cuenta que era viernes y que había dejado a Pedro discutiendo con Susana sobre su maldad en el arte de seducir a las mujeres.

Bebimos cava y ella me contó algo de su vida. Me habló de mi, de cómo me había visto y cómo me veía. Y me sorprendía escuchar palabras sobre mí tan bien conectadas entre sí.

Entonces sonó el teléfono. Eran algo más de la 1 de la mañana y su madre la llamaba. Ella se quedó a hablar allí, sentada a 2 metros de mi. Entonces escuché que le decía:- Mamá, he conocido a un chico maravilloso que desearías quitármelo para quedártelo tú-. Y me miró con una sonrisa que caldeó el ambiente de -2ºC que debía haber a esas horas en aquella elevada terraza del sur de Madrid.

Creo que sentí estupor. Y me sentía razonablemente mejor que hacía unas horas. Había estado vagando por ahí interesándome sólo en mí y en mis ocupaciones y de repente me veía ahí, sentado en un lugar ya menos ajeno, bebiendo cava y dejando de sentir el cuerpo por momentos anhelado por un frío que me hacía olvidarme de mi propio cuerpo.

Dorian me invitó a quedarme. El metro había cerrado y la única manera de volver a casa era a pié una hora andando o en taxi. Odiaba los taxis y andar me gustaba, así que me fui andando a eso de las 2 de la mañana.

A partir de ahí Dorian entró poco a poco en mi vida. Se interesaba por mí, me escribía notas que me mandaba con Pedro a modo de recado distal y me hacía evaporarme con frecuencia.

Un día Dorian me dijo que estaba perdidamente enamorada de mi. Yo le dije que eso ya estaba pasado de moda. Sonreí y le dí un abrazo. No sé cómo pero yo sentía lo mismo.

Tardé más de un mes en quedarme en su casa a dormir. Y una mañana yo tenía clase en la facultad a las 10. Ella me había dejado una nota de Donovan Comprimidos de publicidad en la que decía:- Te he dejado un zumo de naranja en la heladera. Te quiero.-

Creo que desde ese momento vi las cosas mucho más claras. Sentía que la quería, que había llenado mi espíritu por completo. Me sentía cómodo porque me ofrecía un pasaporte a la felicidad muy directo. Era tan sencilla que nunca hablamos de nada complejo. Siempre hablábamos de cosas muy corrientes. Pero actuaba como convencida de que yo era alguien a quien ella debía asombrar continuamente. Eso me encantaba tanto que a veces me detenía en el tiempo.

Con el paso del tiempo yo regresé a Sevilla. Ella venía a visitarme cada 15 días y yo iba a Madrid. Un día, 10 meses después de conocernos me dijo cuando me marchaba en el tren destino a Sevilla que en 6 días tenía que coger un avión para ir a Buenos Aires porque se encontraba mal y su madre le había preparado un chequeo allí. Pero que volvería en 20 días.

No volví a saber nada de ella en 42 días. Yo la llamaba y su madre me decía que Dorian no estaba, que estaba con sus abuelos y que no tenía posibilidad de contactar con ella porque no tenían teléfono. Hasta que un día sonó el teléfono. Era Sofía, su madre. Sofía tenía la voz muy joven y me recordaba a la voz de Dorian pero un tanto más grave. Me dijo que las cosas no iban bien. Me dijo que su marido Mario había comprado un pasaje para mí con destino Buenos Aires para dos días después. Me indicó la referencia y me dijo que ella misma iría a recogerme al aeropuerto.

Así que me fui a Madrid, tomé el vuelo y estuve preocupado muchas horas hasta que llegué y vi a Sofía con una sonrisa.

Al llegar a casa de Dorian su hermana Gloria esperaba en la puerta. Gloria era el reflejo de su hermana Dorian en un espejo. Idénticas. Yo había visto fotos suyas, pero en persona se hacía homogénea aún más a Dorian.

Me recibió con un abrazo y me dijo:-Qué ganas tenía de conocerte-. Entramos en la casa y subimos unas escaleras. Dorian estaba sentada leyendo un libro con una mascarilla de oxigeno.

Entonces se me cayeron dos lágrimas. Ella me dijo que todo tenía una explicación. Que me encontraba muy guapo y que ahora si era la persona más feliz del mundo. Se levantó muy normal, como recuperada de todo ese sol que le estaba dando mientras leía. Me abrazó muy muy fuerte y me dijo que me quería.

Entonces yo le pregunté qué le pasaba. Me dijo que era una cosa muy larga de contar y que no tenía tiempo ahora. Que teníamos que coger el coche e ir corriendo a darme una sorpresa que tenía preparada para mi.

Nos montamos en el coche y yo no entendía nada. Me llevó hasta Mar del Plata, había una luz maravillosa y yo seguía sin entender nada. Su hermana se marchó con su madre dando un largo paseo por la orilla con un perro pastor belga que le había regalado su abuelo hacía 5 años.

Dorian me dijo que lo sentía, pero que no había tenido valor suficiente para decirme que se moría. Que tenía una enfermedad degenerativa que le afectaba a los pulmones y a la respiración.

Me dijo que le habían dado meses de vida y que no estaba preparada para esto. Empezó a darme las gracias por todo. Por ir, por haber tenido la calma y la templanza de haberla esperado aún no habiendo tenido noticias de ella. Empezó a llorar como si diluviase. Yo la abracé y le dije que yo no había venido para verla llorar y que para nada me creía ese cuento de que iba a morirse por una enfermedad tan rara.

Ella me dijo que tampoco se lo creía. Así que desplegó un papel que guardaba en su abrigo y empezó a señalarme destinos y cosas por hacer. Decía que había pedido a sus padres que por favor yo fuera en sus últimos días de vida.

Ahora lo comprendía todo. Ella me amaba. Sofía me decía que Dorian le había hablado todos los días y a todas horas de mi. Mario, que trabajaba para Sony en Buenos Aires, había logrado construir la casa de sus sueños… aquella si que era una casa... Yo me sentía identificado con cada rincón de aquella vetusta casa. Altos techos, escaleras minimalistas, muchísima luz… era acogedora y linda desde todos sus ángulos.

Dorian decía que ya no quería dormir más, que por las noches nos quedásemos hablando como en Madrid. Pero su cuerpo se rendía y acababa llevándola a la cama en brazos todas y cada una de las noches.

La medicación era tan fuerte que acaso duraba 3 horas despierta.

Así que todos los días viajábamos. Estuve allí 34 días. Atravesamos Argentina en tren, visitamos a sus abuelos. Ella estaba bien, acaso yo no diferenciaba mucho su estado actual del anterior, por eso no me lo creía. A pesar de estar muriéndose poco a poco se conservaba como siempre de no ser por esa mascarilla y ese aparato para respirar cada 20 minutos.

Pero una mañana todo se aceleró. Dorian no podía levantarse y respiraba con dificultad. Todas las noches veíamos fotos de aquellos meses en Madrid, fingimos tomar cava llenando unas copas preciosas de agua porque ella no podía beber alcohol. En el día 30 yo me acerqué a la habitación como cada mañana a las 8. Dorian solía estar ya despierta con cara risueña y los ojos pequeños…

Aquella mañana yo me desperté un poco desquiciado, como ansioso por llegar a la habitación. Noté ese nerviosismo natural, potenciado por esas cosas que uno desconoce por qué suceden.

Cuando entré en la habitación Dorian dormía, no estaba despierta como cada mañana. Y nadie se escuchaba en la casa. Todo estaba en un silencio poco común. Yo me sentía cansado de repente, como si me temblaran las piernas y en todo momento no fuese capaz de dar ni un solo paso.

Dorian ya no estaba. Pero recuerdo que la noche anterior, aun estando muy mal, reía y me hablaba, y me dijo unas 9 veces te quiero mientras me sostenía las manos.

Entonces, decidí irme a buscar a alguien para comunicárselo, estaba más desquiciado aún, pero reinaba en mi un estado como de paz interior.

Su madre estaba muda en el porche exterior, no había dormido en toda la noche, había estado allí, al raso invierno que estaba comenzando. Con los brazos extendidos y la mirada perdida se me acercó y me abrazó y me dio las gracias por haber estado allí 30 días y 30 noches.

Yo sólo le dije que cuando uno cree en una idea, esa idea vive. Y que no tenía que darme las gracias.

Fue un funeral precioso. Yo raramente me sentí feliz por momentos. Había hecho lo que pude y había cumplido el deseo de mi querida Dorian. Dorian la chica feliz.

Preparé mi maleta y me vine de regreso a España. Y el lunes hizo 4 años que Dorian dejó de vivir.

A los pocos días de llegar a España quemé todas sus fotos, sus cartas, todo lo que tenía que ver con Madrid y aquellos días en Argentina. Los folletos, los billetes de avión, el neceser de la aereolínea… no quería volver a ver nada de eso.

Después me he vuelto a enamorar dos veces, he sabido en todo momento que Dorian fue una marca en mi vida, una forma de ubicar lo que más necesitaba de la vida en sí, contenido en una sola persona.

Le encantaba reír, y eso marcó un poco mi vida. Hoy se lo agradezco en masa. Hoy quiero reír.

Y la recuerdo hoy porque Dorian es una de esas personas que todo el mundo debería recordar al menos una vez en su vida.

1 comentario:

Anita dijo...

esto es lo mas hermoso k he leído, eres un hombre total, es que no lo puedo explicar con palabras normales, no pillo la palabra adecuada para describirte, yo en tu lugar me hubiera muerto de pena es un texto que saca aplausos...

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