sábado, 25 de septiembre de 2010

wake out

despertar_cama

 

Entre dos edificios situados a ambos lados de la carretera, una nube pasajera se encuentra.
Como es inocua y volátil, nadie le presta atención allí arriba, tan solo se yo de su presencia, y vaga a través de los libres espacios con los que la mirada me obsequia, y con los que el vacío diferencia hogares de casas. Y aunque es momentáneo su paso lento,  pausado el caminar, y débil la huella que deja, yo siempre con sumo sigilo observo su estela, esperanzado de que ella no me vea.
Es su dulzura y ternura extrema, su movimiento firme, sencillo, delicado, eterno su desplazamiento y el tiempo colateralmente casi cesa, y mirándola sugiere, o imaginando recordar me recuerda, que aún conservo parte de la niñez, de la primera vez, de la timidez y la adolescencia, todavía se ruboriza el cielo en su ocaso, cuando el Sol ya, casi no calienta, y la Luna se prepara para la noche, para la que siempre se hace tarde, porque nunca, nunca llega.

Recuerdo muy bien aquella tarde, comenzó así, mirando una nube.

Después recuerdo que bien entrada la noche, hice un viaje exprés que terminaría girando a la izquierda al final de la larga avenida donde nos besamos por primera vez, dos calles al oeste.

Al llegar me esperaba un baño en aquella piscina cristalina y una noche llena de una vida nueva por vivir. Sentir imágenes para recordarlas, como si fuese una hilera de árboles sembrados a lo largo de todo un desfiladero o el sabor de algo exquisito y desconocido.

Me siento feliz de haber sentido las briznas de aquel césped corpóreo bajo mis pies. Feliz de sentirme inquieto, yendo de un lado para otro porque nada podía detenerme quieto en un mismo lugar durante un segundo. De sentirme sumergido en el agua y observarla con deseo desde dentro, como el animal que acecha sigilosamente.

Feliz de haber sentido el cambio de la temperatura del agua cuando ella se aproximaba tímidamente, la variación del sistema solar y todas las isobaras que pudieran dibujarse sobre un mapa cualquiera. Por haber sentido la sensación de inmensidad cuando tuve su boca a tan sólo 2 centímetros de la mía. Como quien busca un día de sol y lo encuentra nada más despertar dándole empujones hasta situarle en medio de un océano.

Lo recordaré siempre tan nítido porque mi cuerpo adoptó un modo distinto, sensible, multiplicando por mil el chasquido del agua de ambos cuerpos deslizándose, de un lado a otro, como un vals semitransparente. Y también el sonido de los árboles y los insectos nocturnos. La luz venida de un rincón al fondo, muy tenue y lejana y el olor a su perfume…

Sentí un impulso muy nuevo y muy intenso y esta vez era de verdad, porque incluso me costaba mantenerme en equilibrio y sentía que se trataba de algo nuevo. Fue una mezcla límpida de otras tantas cosas que me hicieron desear correr, gritar y saltar todo a la vez, hasta perder la fuerza y el conocimiento y dejarme caer. Porque hubo momentos en los que sentí que no pesaba, que pude haber flotado si así me lo hubiera propuesto.

Sentí la vida como elevada a su máximo exponente. Y si tuviera que compararlo con algo lo haría con la felicidad en distintos intervalos. Porque se nutría de una variedad de intensidades y momentos que se sucedían como una música in crescendo.

Felicidad porque yo sentí mi cuerpo tiritar de emoción, de frío y de deseo, y de váyase a saber cuántas más cosas que no me dio tiempo a asimilar. Pero aquel conjunto generó en mí una energía muy potente que por momentos me hizo pensar que eclosionaría y me lanzaría, como un cohete y de una sola vez, hacia el espacio infinito y luminoso, donde nada puede alcanzarse con las manos pero si rozarse con la punta de los dedos...

De repente me ví sobre su inmensa espalda, recorriendo con mis labios todas y cada una de aquellas penínsulas de piel tersa y suave, tibia y diáfana. Y recuerdo que había una luz muy tenue y muy cálida, y su respiración entrecortada seguía el ritmo del tacto y la caricia venida de mi boca, con sus pausas y sus silencios inclusive.

Hubo un momento justo para los dos, donde todo se hizo espuma sobre una especie de orilla imaginaria. Entonces los cuerpos se entrelazaron y sólo supe gimotear en su oído una serie de frases emitidas como en otro idioma, pero que ella entendía y respondía de igual modo. Fue maravilloso aquel momento porque para entonces yo ya sentía que el lenguaje se había hecho lenguaje, sin sintaxis ni significantes.

Al final, el aliento exhausto de nuestras bocas, se convirtió en una especie de niebla dispersa que terminó por adormecernos para, horas después, sin esperarlo, acabar despertando a su lado.

Desperté y vi una luz muy suave entrando por la ventana. Abrí los ojos lentamente y entendí que tenía que guardar silencio. Me quedé absorto contemplando su rostro, liviano y tranquilo, con aquella luz que ahora ya si se me hacía un poco escasa, pero que dejaba ver algo de su superficie. Y volví a sentir ganas de correr, saltar y gritar a la vez, como lo hace un huésped que ha llegado a su hogar, dulce hogar y quiere quedarse para siempre porque siente que no hay lugar mejor ni mucho menos donde puedan vivirse tantas y tan diversas emociones.

Me pasé al menos 10 minutos observándola en silencio… como quien mira una cordillera con sus altos contrastes y su contraluz sugerente. Las siluetas, la tibiedad de las sábanas y el rumor de los viandantes por la calle me hicieron sentir que aquel era un sitio donde mi cuerpo empezaba a tener algo de cuerpo.

No pude resistirme y me abracé a ella cerrando los ojos. Sólo quería transmitirle, en aquel lenguaje universal para los dos, que me gustaba aquello de verme como flotando. Quería agradecerle su temperatura, su paz al dormir, su hospitalidad y su sonrisa.

Entonces, abrí los ojos, me puse en pié y me vestí. Salí de aquel lugar y canté, reí, grité y bailé todo lo que pude. Miraba a mi alrededor para distinguir y admirar lo que habían cambiado las cosas. Esas mismas cosas ahora eran bien diferentes, se habían transformado y ya no presentaban la misma condición que otros días. Y es que cuando uno flota, todo lo que le rodea cambia significativamente. Por ejemplo una maceta se convierte en la primer ser vivo de aquel nuevo universo.

No me siento triste porque no vaya a volver a repetirse, hoy me siento feliz de haberlo vivido aunque solo sea por una vez. Eso es lo verdaderamente importante. Y es que podrán quitarme todo lo que tengo, pero nunca este recuerdo cuanto menos inolvidable.

Ella ahora prepara su próximo viaje, llena la maleta con la parte más imprescindible de sus pertenencias y recorre para orientarse con sus manos, las coordenadas de un mapa, tan distinto al que más de una vez le sirvieron a las mías para recorrerla a ella.
Su destino toma forma, como la escultura de una musa, como los recuerdos y las experiencias moldean la vida de una persona, o las curvas hacen atractiva a una forma cualquiera, un lugar sombrío, tierra de nadie, donde nadie, nadie, nadie la espera.
Yo, me cuestiono la necesidad de esa partida, ¿en busca de que eslabón perdido marcha, cuando sus brazos como regazo, ofrecen la mas sugerente de las cadenas?, ¿acaso no eclosiona más el amor en el agua fresca que en la humedad de esa tierra?, por eso no lo entiendo, pero tampoco me seria útil el conocer la respuesta.
Pero aún así, la ausencia se hará más llevadera al saber que, el único viaje que no admite o conoce la posibilidad de ida y vuelta es el de la vida, por lo que volvera seguro, como año tras año consecutivamente van y vienen las estaciones, para terminar y comenzar siempre, de nuevo, desde la primavera, como el girar de una rueda, como el ir y venir de las olas hacia la orilla, o hacia la arena.

Fue el momento del tacto de las cosas nuevas a los sabores que aún no se reconocen en la lengua, de los ojos que ante una intensa mirada se ruborizan y te ciegan a ti, como la sensación más placentera.
Del cuerpo a cuerpo, al otro lado de la cama, al más próximo al paraíso o al más cercano al cielo.
Del sudor que apelmaza el cabello a tu rostro, a los besos en los que se desvanece y diluye el deseo.
Del aprender a caminar, al aprender a andar por el camino correcto, a descansar y sentarse por necesidad y a no hacerlo para observar el paso del tiempo.

Me gustaría volver a verla algún día sólo para darle las gracias por haber mezclado tantos elementos. Por haberme emocionado y por haber multiplicado por unos días mi vida por dos. Seguro que al ver la cara con la que se lo agradecería, sonreiría.

Y eso es lo más importante.

Creo que debo decirles algo. SI despiertan al lado de una persona tengan cuidado al observar. Es mas que probable que ese paisaje que hoy veis a tan solo 5 centímetros hoy, mañana ya no vuelva a estar.

Descansen. Feliz final de semana.

3 comentarios:

Martina dijo...

Im pre sio nan te. Sin palabras.

Me dejas prendada.......
Y eso lo has vivido así? O tiene retórica?Y claro que tienes que estar feliz. Ella también va a perder esas cosas tan maravillosas que describes

No te has planteado escribir un libro?
Yo lo compraría... Sin dudarlo

Feliz final de semana para "vos" también
Besos

José Manuel Sobrino dijo...

Lo importante es que a pesar de perder algo, no debemos quedarnos con la tristeza de no seguir, sino con la felicidad de lo vivido, porque eso es lo único que nos queda.

Y hay que agradecer todo lo bueno.

Es la mejor recompensa que nos queda cuando algo Lora a su fin, el mejor recuerdo.eso si que no puede llevarse nadie. Esa es la moraleja.

Ciao

Enrique de Ponteareas dijo...

Afortunado usted. Pero mas afortunada ella sin duda alguna.

Me ha puesto los bellos de punta.

Un saludo desde tierras gallegas.

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