lunes, 23 de marzo de 2009

Conductor de Nubes

Ayer tarde me dio por componer versos de memoria, sin llegar a transferirlos a ningún tipo de soporte gráfico... ni tenía tiempo y supongo que tampoco acompañaba la tarde. Había unos cuantos cirrostratos pululando por ahí sobre un fondo azul muy dogmático y poco propio. Una extraña niebla emborronaba algunas vistas del paisaje y, a veces, se hacía insoportable el respirar ese aire caliente salido como de otra boca. Había nubes oscuras casi a 2 metros del suelo. Dudé y fui a buscar el significado de nube al diccionario (siempre llevo uno consigo mismo). Busqué nube, y vi que decía que etimológicamente podía ser dicho cuando uno se refiere a una cantidad muy grande de “cualquier cosa” que va por el aire.

Y pensé en Amalio, aquel joven traumático de la escuela que tenía una cabeza como siete puertas y menos conocimiento que un mosquito”- eso decía el profesor cuando Amalio se enfadaba porque nadie le respetaba.

El caso es que pensé que aquella cabeza (incluida aquella frente vasta y muy frontispicia, inmensamente extensa, que uno la miraba y parecía que sus ojos estaban a la altura de la boca, era como si los ojos se le hubieran ido cayendo poquitito a poquitito dejándole un espacio plano y abultado arriba). Pensé yo pues, que si una nube era una gran cantidad muy grande de “cualquier cosa” que va por el aire, lo que el pequeño Amalio tenía no era una cabeza ponderosa, sino una nube , porque era una gran cantidad de masa de cualquier cosa encefálica e iba por el aire (lo que mitifica un poco aquel recuerdo, porque ahora me veo al pequeño Amalio, que nunca lo fue porque tuvo siempre una enorme cabeza, con una nube sobre sus hombros redondos como panes de hogaza muy símiles y discretitos, porque todo cuan poseía el pequeño Amalio en su rededor era pequeñito y menudo, diminuto y parco, porque era cierto que una sombra proyectaba desde su cabeza a todo lo que estuviera a un metro, y para un niño un metro es una vía de escape, una función más de la métrica, es la suma de dos medios metros, de cuatro cuartos metros, de cinco veces multiplicar veinte centímetros… de unas catorce palmas contra el suelo estirando bien el pulgar hasta que duelan las falanges. Esa medida era universalmente traducida como “el espacio que hay entre tu canica y la mía, demasiado lejana, muy complicado, demasiado complicado tú, no le voy a dar, si no le doy no gano, si no le doy no te mato tu canica de vidrio de 256 colores y 32 kb (porque en aquella época no había millones de colores, había 256 colores máxime).

Así el pequeño Amalio (que nunca lo fue porque su cabeza fue siempre superior a la sombra que proyectaba) vivió inmensamente feliz sumido en su tristeza.

Ayer tarde empezó a tener una nube. Y yo seguía mirando al fondo del paisaje cada vez más sombrío porque había una nube (entonces cabeza también etimológicamente).

Pero aquello era más grande que la cabeza de Amalio, que la estatua del Laoconte y que cualquier otra cosa comparable. Era una masa artefacto, se movía además. Se abrían claros y se oscurecía en cuestión de milésimas de segundo. Por un momento pensé que estaba fatigado y que algún nefelio me provocaba aquella impresión etimológicamente cabeza pero cúmulo y esférica, móvil y rítmica además.

Decidí sin haberlo decidido, acercarme hasta ella. Creo que me fui acercando tan despacio y tan felinamente que ni me di cuenta de que estaba allí, sin mirar el suelo había llegado como escurriéndome por el amarillo del paisaje. Luego quise meter la mano en aquella masa más tumultuosa ahora, mucho más histérica que de lejos, pero menos sonora. Sentí una cosquilla suave en la antemano, como cien grifos deslizándose por mi mano, hilos finos de agua, y sentí un aire extraño… de repente la masa oscura se avalanzó sobre mi cuerpo envolviéndolo… ahora no sabía si echar a correr o quedarme allí escuchando el zumbido fortísimo de miles de mosquitos revoloteándome por toda mi nube… porque mi padre me vio de lejos y me dijo que parecía haberme visto una cabeza como siete puertas y menos conocimiento que un mosquito.

Entonces le dije que era una nube, de conocimiento, porque entre todos los mosquitos, sumaban un conocimiento pleno.

Luego arranqué unas hojas de menta del huerto de mi amada y me hice un té hipoalergénico… y pensé que, quizá mañana me gustaría besarte en bajo una nube de mosquitos. Y que así, llevemos nubes sobre la cabeza y seamos un poco más jóvenes.

Besar al fin y al cabo no deja de ser una forma de contactar… pero bendito contacto.

No hay comentarios:

Free counter and web stats