jueves, 11 de junio de 2009

Fluidos automáticos

Siempre, una cama grande, para disfrutar de las excelencias de dormir acompañado.

Podría considerarse un menosprecio o menoscabo decir que desearía pasarme el resto de mi vida acomodado en una pequeña cama. Los años ya me estaban diciendo lo contrario. Cada día se hace más complejo hacer el amor en ése tipo de recepciones, se salen las piernas, o las rodillas se hincan en espacios prácticamente imposibles. Las cabezas se engarzan apopléjicamente y los deseos que uno transporta a esos mismos mínimos espacios no terminan nunca de ensancharse o de extenderse y terminan, por falta de espacio, suspendidos en el aire, siendo bocado de insecto.

Aunque eso si, podría señalar numerosas ventajas de tan reducidos aposentos. Todo adquiere una pequeña alianza en tales superficies, un caos como de urbe expuesta a un domingo de post excesos. Obliga a los cuerpos a entrelazarse, a mantenerse al alcance más gratuito del contacto y los niños. Y uno se encuentra continuamente obligado a la presencia, no puede acudir en ningún momento a la escapatoria: Una ausencia se haría notar al instante, y daría que pensar más de lo que debiera.

Ella controla cada uno de tus movimientos, se arrima a cada uno de ellos como si estuviese guardando algún tipo de secreto cinestésico o mimético.

Tú amplias el descanso, y sientes que un cuerpo emite pequeñas vibraciones y un pequeño, aunque enigmático, halo de calor que a veces se convierte en vapor que acaba empañando la vista y te lleva hasta el sueño. Se hace agradable ése sueño porque se resuelve con una humedad acalóricamente fría, y porque siempre el calor atonteció al hombre.

El frío progresivo te acerca hasta el hermetismo, a fuerza de conciencia o por defecto de otro tipo de enigmas deshabitados, como si se hinchase el cuerpo paulatinamente, las sábanas se apegan fielmente al cuerpo, entregando tu estancia a una especie de vacío corpóreo. Colecciones de aire que forman un núcleo de rareza, que desemboca en un tierno e intrínseco despertar.

Eres poco consciente, tus movimientos no muestran ni un atisbo de conciencia aún y la mitad del cuerpo se mantiene rígido. La almohada ha adquirido considerablemente un grosor exquisito que inclina la cabeza y curva el cuerpo sin excesos.

A veces pienso que si el ser humano mantuviese el mismo comportamiento a lo largo del día, tan sencillamente placentero, muchas de las cosas que quedan por hacer estarían ya hechas.

La torpeza es inexorable, y todo se ha vuelto automático una vez que uno decide, verticalmente como siempre, encomendarse a un nuevo día. La forma de mezclar el mixto de café, leche y azúcar con la cuchara, el zigzagueo al cepillarse los dientes, la manera de acomodar el calcetín a la anatomía del pié. Y la casa parece que se ha convertido en un mapa, y el que la recorre no encuentra en ella sino un desarrollo de caminos por recorrer para llegar hasta los útiles.

Curiosamente he observado a algunas personas moverse por la mañana recorriendo las estancias de sus casas de un lado para otro. Muchos de ellos me han parecido robots y sé que si alguna mañana tuviese que buscar a alguno de ellos (o a su cuerpo) a las 7:36 no tendría nada más que irme hasta la cocina y remover junto a ellos el sucedáneo.

Si quiero resolver algún sistema plástico, o algún tipo de solución artística decido observarlos desde un lugar alto, como si los viese únicamente a vista de pájaro, eludiendo su personalidad física o sus formas de vestir. Tan sólo aprecio una reducida isla de traje que recubre los hombros y apenas su peinado más superficial, y nunca mejor dicho.

De los movimientos de todos y cada uno de estos individuos, si superpusiésemos una imagen sobre otra y así sucesivamente todos los días, no encontraríamos ninguna diferencia, parece como si una misma fuerza los moviese de una misma forma hasta un mismo lugar cada mañana.

Y más aún si visualizamos, durante un período, a un único individuo, nos daremos cuenta de que siempre repite los mismos gestos. Podría deberse a ése estado de duerme vela que tiende a computar ése tipo de movimientos automáticos, como si formasen parte de una memoria que actúa cuando no funciona nuestro consciente, o funciona a bajo rendimiento.

Y ésa es mi cuestión más exquisita, que me fascinan ése tipo de movimientos mecánicos o memorizados, inconscientes, que permiten que caiga la precisa cantidad de fluido en los recipientes, por ejemplo. Algún fragmento del cuerpo o del cerebro calcula la cantidad de mililitros por segundo y envía un impulso nervioso al brazo y a la mano a su vez y éstos actúan a modo de palanca para verter Si el recipiente rebosa, eso es que hubo algún fallo en el cómputo visual. Un mecanismo de ejecución externo visiblemente sencillo pero impulsado por una red interior infinitamente compleja.

¿Uno se despierta de repente cuando es pequeño con éste tipo de destrezas automáticas? ¿O es la experiencia o la síntesis de repetición la que nos lleva a tales destrezas?

He intentado levantarme muchas mañanas, después de un tendido sueño y me he puesto frente a un lienzo, siempre blanco por supuesto, Si el lienzo se encontrase ya esbozado o con una mínima representación colorista o lineal ya despertaría el intelecto y la reflexión meditada y ya todo adquiriría un carácter premeditado y reflexivo. Otro nuevo sistema que se activa y que ya, no posee ésa libertad gestual ordenada e inconsciente.

Es imposible, la mente se pervierte rápidamente. Así, en el momento en el que trazo una línea, el cuerpo o un estado asintomático detiene a mi cuerpo haciéndome esperar hasta que éste adquiera la suficiente sobriedad como para continuar ejecutando el cuadro.

Pero más allá, la lógica me lleva a pensar que la única manera de conseguir tal fin automático sería superponiendo una única pincelada sobre la otra de la mañana anterior y así sucesivamente.

El resultado puede ser altamente productivo, llevándonos hasta un punto asombroso dentro de la abstracción o de la figuración. El resultado de la superposición de 31 pinceladas ya me mostraba una puesta en escena de algo circundante con colores puros.

Es difícil para el artista esbozar un algo sin sentido, tanto que, a partir del momento en el que el pincel toma contacto con la superficie, en ése preciso momento, la mente adopta una nueva función y lo que era inintencionado, ahora forma parte de una forma de vivir y de ser, de concebir. Aunque estuviésemos dormidos o sintomáticamente en ése estado de duermevela, el trazo seguiría llevando ésa carga personal, seguiría siendo ése vehículo expresivo propio y único.

El arte no sólo requiere una mente despierta, la requiere viva.

Escrito anoche a las 22:35. Me gusta.

Feliz dia

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