lunes, 15 de junio de 2009

Huele a ti | smell good

Mi familia dice que soy un optimista de cojones, que ya puede venir negro el paisaje que yo, no dejo de verlo verde y colorido como si con el negro no fuera la cosa.



Una vez me dijeron que era una actitud potencial que yo desarrollaba para evadirme de las circunstancias adversas.


Y una mierda.


Yo no me evado, vivo el momento. Porque creo en la solidaridad que el cuerpo desprende en ciertos momentos, creo en los instintos sobre todas las cosas, y me imagino que esa solidaridad me será de vuelta en forma de milagro obrado y un tato misericordioso.



¿Habéis dormido alguna vez en un hospital? Es casi filántropico. Un hospital huele a muchas cosas, algunas de ellas indescifrables, otras tan desconocidas que requieren más de un esfuerzo para adquirirlas. Un hospital huele dependiendo de la hora del día a alguna cosa u a otra bien diferente. Un hospital huele a sopa caliente, a frutas muy maduras, un hospital puede oler a lavandería y a los 20 metros oler a desinfectante muy potente. Un hospital huele a goma, a perfumes muy suaves venidos de fragancias muy acuosas que se dan en la piel a los enfermos después de un baño matinal con esponjas jabonosas metidas en plástico aislante porque les calma la vida un poco y reanima el proceso.


Un hospital huele a verdura, huele a diabético sonoro, a familiar venido de muy lejos, casi siempre del norte. Un hospital huele a piel tendida sobre una cama, huele a “mañana despertaremos juntos y habremos olvidado este día que ayer parecía que no iba a llegar nunca, pero si baby, como todo llegará a su debido tiempo”.


Un hospital huele a muchas cosas conjuntas, nada es uniforme, los amplios pasillos se extienden como brazos muy sagrados y cada uno de ellos contiene al menos 26 olores bien diferentes. Ninguno se repite, todos se transforman, evolucionan. Un olor a sopa se convierte en olor a sopa ya consumida, un olor a siesta se transforma en olor a verano sin grillos.

Si… es cierto… es triste un verano sin grillos…



No creo en dioses, ni alados ni mucho menos no terrenales. Creo en las cosas tales como el pan, recién hecho cada mañana. Creo en las superficies, en los elementos, en las cosas frías y en las menos frías. Creo en ti, en ti si, que me enseñaste cosas muy frecuentes. A sumar, sin usar los dedos, de cabeza, y el papel solo permitido para números centenares. Y ahora espero que aquello que me enseñaste me sirva para seguir sumando días a tu lado, los que no pude tener por una panda de ineptos que osaron no advertir tu idiosincrasia.



Te me presentabas cada mañana de verano como una pequeña diosa con tus manos siempre tibias de hacer galletas rizadas que siempre estaban calientes. Me tocabas la frente y me despertabas como siempre, con tus manos oliendo a cocina y a luz.


Siempre amé tus manos… hoy te lo he dicho y te has reído muy coqueta, haciendo como si contigo no fuera la cosa. Y no te has olvidado de que yo un verano capturaba peces en la charca para que tú me los hicieses de cena, sentados en el patio donde había más de cincuenta macetas de especies diferentes y mi ropa tendida muy limpia para el día siguiente.



Yo he visto cosas de ti que nunca nadie ha visto, he capturado momentos de ti que me han ayudado a ser lo que hoy soy: un optimista de cojones.



Me preocuparía si donde tú resides no oliera a nada. Pero ahí sigue oliendo a ti, y mientras huela a ti, olerá a cosas por hacer.



Sabes que te quiero.

No hay comentarios:

Free counter and web stats