martes, 30 de junio de 2009

Abrazo 213

Vivir a veces en una milésima de segundo en la que todo se detiene. La escena en la que se habita, el color de esa misma escena, los olores que pueblan esa misma escena, los sonidos, la temperatura misma...acaso nada se mueve, todo se detiene.

Todo enmudece en cuestión de segundos, dejas de ser consciente incluso de lo que te rodea. Se crea un espacio vacío entre tu cuerpo y otro cuerpo, se detienen incluso los símbolos, las imágenes que tenemos de nosotros mismos también se detienen. Un abrazo contiene la suma misma de una vida, el residuo de amor que nunca cupimos dar o debimos recibir. Un abrazo contiene palabras que nunca se dijeron, espacios nuevos, temperaturas diferentes, olores nuevos.


Me temblaban las piernas y recuerdo que me dolían las rodillas de inclinarme durante horas.

Cuando logré sentarme a descansar miré de lejos y vi cómo mi madre se servía un café en la máquina dispensadora del fondo. Mi madre observada a lo lejos es como una pequeña figura de cerámica, muy escueta y brillante, frágil y muy rápida.


Por un momento me detuve a pensar en las cosas más bellas que podrían haberme sucedido en mi vida. Y en casi todas estaba ella, plausible como siempre y muy vivaz. Pensé en los años que no había estado con ella, desde los 16 años tan sólo la habré visto dos meses continuados. Y eso en 8 años se me estaba haciendo poco mientras ella removía su café diminuto.


Pero todo estaba demasiado en calma, había una luz muy azul como trepando por las paredes, no había nadie en los pasillos, como mucho un rumor como de fiebre turbada y un extraño gemido de las máquinas que sustituyen funciones muy básicas del cuerpo emitiendo la lectura onomatopéyica en forma de un "pi" muy continuo. Era aún de día pero hacía ya un par de horas que se había hecho de noche casi de repente. Así que decidí acercarme a mi madre e invitarla a salir de allí, casi escapándonos para dar un paseo por una ciudad que ya sentía como mía.


Ella accedió. Estuvimos hablando de mi, de lo que añoro y de lo que más odio, de lo que amo y de lo que aún me queda por amar.
Entonces la miré y la vi inundada en lágrimas. Había ahora una luz mucho más ámbar y el sonido de la calle era bullicioso y feliz, pero se notaba en nuestros rostros un zumbido espantoso de las fiebres y los olores a café de máquina de pasillo.


Estábamos exhaustos, ni tan siquiera sé cómo yo mismo me mantenía en pié. Así que decidí tenderle mi cuerpo y extenderle mis brazos. Ella se sentía feliz mientras repetía una y otra vez que tenía todo cuanto podría haber deseado en la vida. Decía que sentía que había construido una casa completa donde poder vivir sintiendo el presagio de una felicidad siempre inmediata en forma de hoguera muy luminosa encendida a eso de las 9 de la mañana un frío día de invierno.


Luego después yo le prometí nieve en polvo y días de invierno con sol, y le dije que en la vida hay amores que nunca deben olvidarse.

Ella se sentó y yo le conté un chiste que había aprendido días antes.


Sonrió y volvimos dentro, y dejamos atrás un bullicio que ya se nos hacía enfermizo, y todo lo que cupimos ser fuera, ya para siempre lo seríamos dentro.

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