lunes, 29 de junio de 2009

Final con sodio

Sodio. Las lágrimas contienen sodio. El sodio es una sal mineral imprescindible para el funcionamiento neurológico.
Cuando lloramos eliminamos sodio en pequeñas dosis.


Mi abuela tiene el sodio bajo, y eso le procura un bajo rendimiento neurológico. Así que se mantiene casi todo el día en un estado de duermevela casi inconsciente. Empieza a delirar y a sentir que el mundo se hace plano y es transportado por 4 elefantes uno en cada esquina del planisferio.

Levanta los brazos llamando a nombres de otras épocas y pierde toda esa fuerza repentina en cuestión de segundos quedándose de nuevo como inhabitada. Sólo una voz muy pequeña suplica cosas extrañas, casi inentendibles. Balbuceos expirados en los que parece comunicarse con su más último y propio yo.


Hubo un momento en el que supe que le dolía incluso respirar, mantiene el pulso muy lento y a los pocos segundos, muy rápido... es como si pasase un tren de última hora y le agitase por completo la vida y las constantes.
Le suplicaba a mi madre que la sacase de allí y la llevara a su casa, donde había tenido a sus 4 hijos y había visto nacer a dos de sus nietos, donde había criado a 5 de ellos como si fuesen sus hijos y donde había tenido en definitiva una vida feliz llena de cosas siempre por hacer.

Yo, tembloroso por dentro, reconocí una parte de razón en sus súplicas. Y necesité al menos dos horas para comprenderla del todo y acabar rindiéndome, exhausto e incrédulo.
Entonces me di cuenta de que la vida en efecto es un valor cuyo portador tasa. Todas aquellas cosas que dependen de la mecánica y la física (emocional y corporal) tienen un principio y un final. Todo lo que comienza tiene un fin, y lo que no ha comenzado es porque aún está por comenzar. Aquello que se prolonga sin esperanza alguna de vida no es vida y por lo tanto no es ni mucho menos esperanzador, y aun menos merecedor de una atención extrema ni prolongable.


Por eso te dije que me gustan las personas como tú, porque no prolongan aquello que no tiene esperanza de vida.

El amor y el cariño debieran tener siempre una dosis alta de esperanza de vida, pero eso se queda para los incrédulos como yo. Incrédulo si, pero feliz sabiendo cómo y por qué... En la vida hay momentos que nunca debieran olvidarse.


Podría decirse que todos sabemos cuándo nos llega nuestro momento de decir adiós. Sentimos acaso una serie de espasmos que nos evaden a otro lugar donde ya no somos lo mismo ni significamos lo mismo. Parece como si el cuerpo se despojase de una piel que ya no sirve, acuciada por la llegada de un verano misógino que se pega al cuerpo dándote un abrazo tibio y sordo de calor que te hace comprender las cosas más lentamente.
Es entonces cuando tendemos a reencarnarnos en algo nuevo, y lo que unos días antes era imposible ahora se hace inevitable, lo que tanto temíamos ahora se torna agradable incluso y cercano como por obligación. No se ve ninguna luz ni ningún puente extraño, ni ninguna otra puerta lejana ni al fondo. Solo se siente un cambio, en la tempertura misma de nuestro cuerpo, en nuestra percepción de esa realidad que nos mantuvo ahí sin saber por qué ni cómo.


Le cogí la mano a mi abuela y por un momento la apretó con una fuerza que ni tan siquiera me esperaba. Entreabrió los ojos y me dijo balbuceando:- Tú no te enfades, porque eso no sirve de nada-.


Entonces una fuerza vino de dentro a afuera, y me estiró el esófago y me tensó las cuerdas vocales y me causó un nudo persistente que, tanto debió dolerme, que sin darme cuenta se me llenaron los ojos de lágrimas contenidas.

En ese momento borroso uno intuye cosas. No atisba nada con certeza pero intuye que detrás de esa cortina de sodio y agua está el mismo mundo de antes, el nítido, ese que cuando puede te revuelve el estómago y te hace vomitar incluso a veces de alegría.


Después de una tarde muy dura llena de emociones que me llegaban por todos lados, en forma de mensajes instantáneos y de mensajes balbuceados, después de una angustia intensa sin saber cómo ni por qué, apagué el celular, miré por la ventana un puente cercano, respiré más de la cuenta y decidí subir un peldaño, crecer porque si, aliviarme del todo, dejarlo todo atrás sin ni tan siquiera tener que comprenderlo.

Solo así conseguí empezar a repartir abrazos, a dar animos a quien tenía la piel cansada, a tomar café sin que me guste, a reñir lo justo y necesario conmigo mismo, solo así conseguí entender que, estar enfadado no sirve de nada.


Solo hay una cosa que siento cierta: El mar es el principio y el fin de todas las cosas... Me has traido al mar y yo lo contemplo, justo tal y como querías. Debes estar contenta.
Hagamos pues un brindis.

1 comentario:

Farfalla Dimora dijo...

Hola.
No sé cómo he llegado a este blog... pero me he parado a leerlo y me ha gustado.
Te seguiré leyendo.
Un saludo

Free counter and web stats